Se
cumplen hoy treinta años del homenaje que, en el anterior inmueble
del Casino Taoro, recibió la inolvidable peluquera portuense Marina
Acosta Molina. La Asociación de Mujeres Empresarias, el Centro de
Iniciativas y Turismo (CIT) y el Ayuntamiento de la localidad
coordinaron la convocatoria que resultó un completo éxito.
Marina
se vio arropada por familiares, amigos y allegados. Estaba a punto de
jubilarse. Había sido de las primeras en ejercer este oficio en la
ciudad turística. Su establecimiento estaba localizado en la
céntrica calle Agustín de Bethencourt.
Marina,
en cualquier caso, fue algo más que una peluquera. Con el paso del
tiempo se convirtió en una excelente esteticista que, en ocasión de
carnaval, fiestas locales y presencia de bellezas portuenses en
Alemania, ferias y promociones, se ocupó con esmero de las mismas.
Remataba su quehacer con el cuidado personal de señoritas que igual
pasaban sus primeros días fuera de casa.
Era
amable, discreta y servicial. Sabía cómo llamar la atención.
Aconsejaba con sutileza para que nunca pareciera una imposición.
Conocía
el oficio sobradamente. Estaba al tanto de las tendencias e intuía
las formas que mejor podía lucir una candidata con arreglo a sus
cualidades y los diseñor que habría de vestir. Trabajaba con
delicadeza y enseñaba a sus colaboradoras con la elegancia que luego
se vería reflejado en peinados y maquillados. Ponerse en manos de
Marina era una válvula de seguridad.
Salvador
Ledesma firmó un reportaje en Diario de Avisos que
describía la trayectoria de la recordada peluquera. Se inició en
plena guerra civil hasta que se trasladó a Las Palmas de Gran
Canaria, donde residió un tiempo hasta que fue captada por el
profesional Raymond quien se convertiría en su gran maestro. La
escasez consecuente de los conflictos bélicos condicionaba las
opciones de los arreglos, de ahí que valorase, en la fecha de su
homenaje, los tintes líquidos como elementos fundamentales de
cualquier peluquería.
Se
señala en el reportaje que París fue una obsesión para Marina
Acosta. A partir de los años cincuenta, hizo varios viajes con el
propósito de contrastar y perfeccionar sus conocimientos.
Aprovechaba para traer recursos estilísticos y materiales que aquí,
prácticamente, eran desconocidos.
Después
de un traslado a La Orotava, se asentó definitivamente en el Puerto
que se abría al turismo y donde las extranjeras visitaban
reiteradamente su establecimiento. El alcalde de entonces, Isidoro
Luz, y los empresarios Enrique Talg y Gerardo Gleixner, tuvieron
mucho que ver en esa mudanza que habría de resultar definitiva.
Acosta,
dada la escasez de profesionales del ramo, peinó y arregó a todas
las candidatas y reinas que en el Puerto fueron. En el citado
reportaje cuenta, con cierto orgullo, que en una ocasión peinó a
las señoritas que iban a bordo de una veintena de carrozas. Se
caracterizó por cuidar siempre todos los detalles: “No es solo el
peinado -afirmó a Ledesma-, se debe cuidar también el traje, tener
en cuenta el corte de la cara. En fin, es algo mucho más complicado
que lo aparenta”.
Marina
Acosta fue una eficaz colaboradora del Ayuntamiento. Hasta que pudo y
tuvo fuerzas, su sabio asesoramiento hizo brillar a muchas bellezas
portuenses. Participó activamente, durante dieciséis años, en el
intercambio carnavalero con Düsseldorf. En la ciudad alemana recibía
constantes reconocimientos, conocían de su arte. Cuando llegó la
formación profesional y se aampliaron las opciones de enseñanza, se
sintió encantada con la sensibilidad que acreditaban quienes habían
escogido este camino. Es más, tuvo palabras de elogio para la
incipiente Universidad Popular Municipal (UPM), “una excelente
cantera de profesionales”, según pronosticó. Y no le faltaba
razón.
El
homenaje, como dijimos, tuvo una muy favorable respuesta y sirvió
para acreditar el aprecio que supo ganarse aquella excelente
profesional, más de cincuenta años al servicio de los demás... y
de la estética.
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