1987,
Puerto de la Cruz. Un fenómeno de comercialización de alojamiento
turístico lleva varios meses alterando los monótonos y
convencionales esquemas del negocio. Tibia respuesta de los
empresarios, pese a que sus firmas son las más afectadas.
Desbordadas las autoridades que, ante el vacío legal, no saben muy
bien por dónde atajar. Y a medida que pasaban las semanas, los
métodos de venta de los operadores contratados para los menesteres
en plena vía pública o en los exteriores de establecimientos
públicos y privados muy frecuentados, se hacían cada vez más
agresivos.
El
'time-sharing', traducido como ocio compartido, causaba furor en la
ciudad de hace treinta años, todavía en una posición puntera en el
mercado. El fenómeno, consistente en compartir durante un tiempo una
propiedad, con opciones de hacerlo en otros destinos, se extendía a
gran velocidad. Las quejas de turistas acosados menudearon. Los
comerciantes de los alrededores de los puntos de venta también
expresaron su malestar. Los periódicos, ante lo inusitado de la
situación, a verlas venir. Los consumidores elevaron las denuncias
mientras las autoridades responsables no sabían bien dónde
tramitar. Las compañías del sector, a la vista de la tibia
oposición, institucional y social, fueron apretando el acelerador en
aquellos rumbos que, aparentemente, dejaban pingües dividendos.
Treinta
años se han cumplido de aquella polémica aparición de esta fórmula
que procedía de otras latitudes y de otros destinos turísticos.
Desde el Puerto de la Cruz se extendió al sur de la isla y a otros
núcleos del territorio canario, donde pareció implantarse mejor o
con más facilidad. Con sentido de perspectiva histórica -han pasado
tres décadas- cabe preguntarse -es que no hay análisis
rigurosamente elaborados al respecto- por qué fracasó y quién
perdió aquella lucha por penetrar en un mercado a cuya línea de
flotación disparaban sin rubor.
Recordamos
algunos testimonios de la época: es difícil actuar en plena vía
pública contra alguien que no está cometiendo delito (policía); es
complicado oponerse a esta modalidad de negocio en un modelo
económico de libre mercado (empresariado); hay que legislar para
regularizar cuanto antes esta fórmula y saber a qué atenerse
(políticos); seguro que no me permitirían tener vendedores
callejeros (comerciantes).
Aquel
mes de marzo de 1987, la Asociación de Empresarios Hoteleros y
Extrahoteleros de Tenerife (ASHOTEL), cuando crecían al malestar y
la incertidumbre, convocó en el hotel Botánico una sesión de
trabajo cuya conclusión fue tajante: oposición unánime al
'time-sharing'. Así titulaba Jornada, a
cuatro columnas, una referencia de la reunión, a la que asistieron
el director general de Ordenación e Infraestructura Turística del
Gobierno de Canarias, Pedro García Artiles; la directora territorial
de Turismo, Rosa María Luengo Barreto; el presidente y el gerente de
ASHOTEL, Felipe Machado del Hoyo y Eduardo Solís, respectivamente.
Estuvieron presentes, según el testimonio periodístico, numerosos
empresarios y hoteleros de la ciudad turística y de otras
localidades tinerfeñas.
El
'no' rotundo derivaba de “los enormes perjuicios causados al
sector”. La crónica del acto aludía a que, al haberse constatado
la influencia y la expansión de la fórmula para compartir la
propiedad, ello “ha permitido comprobar sus efectos a corto y largo
plazo”. También coincidieron los asistentes en que con el
'time-sharing' “no se repiten las visitas como habitualmente se
vienen realizando con el sistema tradicional y normal de contratación
hotelera”. La información de Jornada precisa
que “el turista que viene por primera vez a Tenerife, en
particular; y a Canarias, en general, suele repetir y se duda mucho
que con la modalidad anteriormente indicada suceda lo mismo”.
Los
representantes gubernamentales convergieron en la voluntad de
legislar sobre el asunto, o elevar iniciativas, en tal sentido, a las
Cortes Generales. “Por otro lado -añade la reseña- se hizo una
valoración de las medidas que se han puesto en marcha en Puerto de
la Cruz, para eliminar la práctica de distribución clandestina de
material publicitario y ejercer la venta en sus calles”.
Los
representantes del sector turístico y de la todavía incipiente
Administración autonómica hablaron de la necesidad de concretar el
planteamiento urbanístico de las ciudades y la reglamentación de
las ofertas de ocio, en los destinos turísticos. Es decir, lo que
años más tarde se identificaría como el modelo de ciudad y de
desarrollo económico.
Al
cabo de tres décadas, no se sabe muy bien el alcance económico de
los perjuicios, o lo que es igual, el volumen de las reclamaciones.
Tampoco la suerte que corrieron los inmuebles y las edificaciones (al
menos, tres antiguos hoteles de distintas categorías fueron
reconvertidos) -en algunas de las cuales acometieron obras de reforma
y mejora- dedicadas a la explotación de esta fórmula.
¿Cómo
y por qué fracasó el 'time-sharing' en el Puerto? Buena pregunta.
Desde luego, el oscurantismo que lo envolvía, las posibilidades
reales de un fraude gigantesco y el agresivo método de ventas o de
captación de clientes sustanciaron su inviabilidad.
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