Ha perdido el presidente de Repsol, Antonio Brufau, una excelente
ocasión para enterrar definitivamente, en el basurero de la historia, su
frustrada e infeliz pretensión de llevar a cabo prospecciones
petrolíferas en aguas de las Islas. En vez de callar, con derecho a
regodearse -si era ese su deseo- en el descubrimiento de un aparente
copioso yacimiento en Alaska (USA), va y refresca el episodio hablando
en inasumibles términos sobre la oposición que encontró en las Islas y
en muchas de sus instituciones para llevar a cabo la pretensión de la
compañía. Brufau no entendió nada de la reacción de un pueblo, si se
quiere pasivo y hasta indolente, pero que se ha cansado de falsas
expectativas y, mucho más, del afán de riqueza de unos pocos, por lo
general los mismos de siempre. Esta era una cuestión de dignidad que no
se liquidaba con inversiones publicitarias. Desde luego, en los tiempos
más recientes, ha sido el último leitmotiv que ha unido a los canarios,
tan dados al pleitismo fácil y a la rivalidad simplona, pero atentos y
firmes a una si vislumbraron que, a la larga, el ansiado -por algunos-
petróleo acarrearía más perjuicios y más riesgos que otra cosa,
supuestamente positiva.
Igual Brufau escuchó lo de aplatanados, sonrió y
dio la razón, probablemente, a quien empleó el vocablo. Pero eso no
valida su adjetivación del rechazo encontrado a las prospecciones: ni
dolor de muelas ni tercermundista ni retrógrado. Al contrario, sensación
de fortaleza e identificación, conciencia y sensibilidad, muy propias
de sociedades avanzadas cuando ven peligrar sus activos y su modelo de
desarrollo económico. Brufau quizá esté acostumbrado a convivir entre
imposiciones y a negociaciones de alto nivel resueltas a base de lo
tomas o lo dejas y de creer que la sartén en el mango es un método
infalible. Hasta es posible que creyera que la resistencia iba a
claudicar a medida que el flanco judicial se tambaleaba. Pero comprobó
que las pregonadas bondades no persuadieron y el pueblo canario dijo
nones, en la calle, en las instituciones y hasta en las redes sociales.
El presidente de Repsol agita ahora, de forma poco inteligente, el
derecho al pataleo. Están teñidas de cierto espíritu colonialista esas
afirmaciones suyas. Canarias no quería y no quiere mayor dependencia
petrolífera que, de paso, por si hubiera alguna desgracia -a la que
estaría expuesta- ahuyentaría a los turistas, esos que vienen a
borbotones porque otras coyunturas son favorables pero que lo hacen
porque prefieren unos encantos naturales de difícil parangón. Hubiera
sido lo procedente pasar página y olvidarse para siempre del episodio,
conscientes de que no siempre se gana, por mucho petróleo y derivados
que se tengan. Si entonces faltó humildad a Repsol, Brufau y compañía,
ahora callados se hubieran ganado menos antipatías. Y es que algunos no
escarmientan.
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