En
el tablero de la política internacional se juega, a veces, de forma
incomprensible. Y se juega a base de gestos que muy difíciles de
interpretar resultan porque escapan de la lógica y entran en las
coordenadas de la contradicción y de la confusión. Claro, hay
muchos intereses en juego. Están atados los gobernantes y las
diplomacias para tomar decisiones, no digamos cuando se sustentan en
el regate corto. Precisamente, hay que hacer juego de piernas, dicen
en la jerga cuando se barrunta el conflicto entre partes y se empieza
a dimensionar.
Se
trata de respetar las alianzas -muchas veces sostenidas por intereses
empresariales-, de ser leales para afianzarlas y de facilitar salidas
explicadas cuando salta una chispa o se tensa la cuerda. En el
escenario, el corazón y las emociones van por un lado y la
diplomacia para salvaguardar los intereses, por otro. Es cuando
cobran valor los gestos, las determinaciones para salir de los
trances, sin perder prestigio ni credibilidad, para hacer valer el
peso en el tablero. Es más difícil este objetivo, de acuerdo, pues
hay que respetar las reglas del juego y hacer concesiones con tal de
salvar la papeleta. Pero las fotos de las paradojas, esas de líderes de modelos antagónicos, quedan.
Luego,
están las circunstancias de cada situación que, con frecuencia, se
alejan de la lógica y complican el curso de las previsiones y los
hechos. Por ejemplo, lo que ocurre en Venezuela. Ese desastre que
desde hace años ha fracturado al país salpica ahora a España, a
propósito del viaje de Juan Guaidó, presidente encargado, por tanto
legitimado y reconocido por buena parte de los países de la Unión
Europea. Baste decir que hace unas pocas fechas vimos imágenes de
cómo intentaba saltar la verja de la sede de la Asamblea Legislativa
mientras la Guardia Nacional le empujaba o trataba de impedir su
acceso. Son imágenes para hacerse una idea de la fractura
institucional y social de Venezuela. Un régimen totalitario y una
revolución fracasada. Unos recursos naturales infra aprovechados.
Una economía estrangulada. Y un pueblo, o buena parte de él,
tratando de sobrevivir. Simplemente.
Guaidó
está en España después de pasar por Davos (Suiza) y de ser
recibido por presidentes y políticos destacados del tablero. El
presidente español no quiere esa foto: incomprensible, después de
haberle apoyado y reconocido públicamente, fue de los primeros en
hacerlo. Hasta ha sido cauto (otro gesto) el presidente encargado: no
ha hecho sangre, “España es amiga de la democracia”, ha dicho.
Quizá más adelante, en otro momento más oportuno, con todos los
honores. Con los de jefe de Estado le arropan las derechas españolas,
convencidas además de que una demostración de poderío en la calle,
mejor.
Pero
la pregunta es otra, la que deberían hacerse: ¿cómo regresa Guaidó
a su país? ¿Le dejarán entrar, habrá de utilizar subterfugios,
protagonizará otro episodio como el de Ledezma? Eso importa mucho
más que el del ministro José Luis Ávalos, cercano al vodevil. Pero
es que en el tablero, nada es imposible. Ni las contradicciones inter pares.
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