Un niño de diez años, sin apariencia de superdotado, que
participaba en la versión infantil de un popular concurso televisivo, fue
preguntado por las cosas que más le gustaba hacer. Y su respuesta fue
terminante:
-Dibujar, jugar e insultar a los
políticos.
Normal que
el presentador se sorprendiera con una sonrisa para la ocasión y con una
apreciable extrañeza. No era cuestión de insistir mucho más: el chaval
reafirmaba su convicción como si ya estuviera acostumbrado o fuera un consumado
profesional de esa preferencia. Como si de una actividad natural se tratare:
insultar a los políticos. Y se quedó tan pancho.
Aunque
confiemos en lo aislado del caso, es llamativo que entre niños pueda tenerse
esa percepción y, encima, multiplicarla en un espacio televisivo. Que a sus
apetencias naturales y propias de la edad, hayan unido la descalificación y el
reproche insultante a los políticos, a los que ven salir en televisión, a los
que identifican por la calle si de su ámbito más próximo se tercia, resulta muy
inquietante.
Lo fácil es
decir que estamos ante otra prueba del descrédito ganado a pulso por
determinados personajes o cargos públicos a lo largo de los últimos tiempos.
Otra demostración de la desafección hacia la política o la cosa pública
acumulada en todas las capas sociales. El ejemplo palpable de que estamos ante
una actividad desacreditada hasta el punto de merecer el ingenuo -¿o no tan
ingenuo?- reproche de los menores a los que entretiene expresar -seguro que en
cualquier ámbito- una maledicencia o malsonancia, una ofensa pues.
Pero no cabe
una resignación sin más. Y mucho menos si, preguntado el chico dónde aprendió
eso, responda que en la tele, o que lo dijo tal o cual locutor/predicador. La
política es algo tan serio que debe corregirse o erradicarse de inmediato
cualquier conducta tendente a su descrédito, a su denigración. Máxime cuando a
tan temprana edad se tienen señales claras de su rechazo. Y los políticos deben
ser conscientes de que sus actuaciones han de inspirar más confianza si no
quieren que el irrespeto empiece a alcanzar niveles irreversibles. Claro que es
malo que los niños se tomen su papel o su profesión como el del concurso
aludido. No es que se empiece bromeando o contando chistes, que eso ha sucedido
toda la vida; sino que se insulte directamente a quienes representan la
voluntad popular o ejercen una función pública merecedora de consideración.
Es curioso:
cuando algunos creíamos que la democracia iba a madurar y tendría mecanismos o
resortes para evitar ciertas situaciones, resulta lo contrario. Pensar que
suprimieron aquella asignatura, “Educación para la ciudadanía”… Pobre política:
padres y madres, educadores: no dejen que los niños insulten a los políticos.
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