Para los
promotores de las concentraciones y para los participantes, la suerte del muro
de San Telmo no está echada. No les arredran ni las infortunadas declaraciones
del alcalde (El Día, domingo 15 de junio) quien demuestra no haber entendido
nada de la respuesta ciudadana e, innecesariamente, hace una distinción sobre
ciudadanos que no residen en el Puerto que es propicia a ganarse más críticas y
un alarde de insensibilidad -parodiando el título de la película de Agustín
Díaz Yanes- al afirmar que cuando termine la obra, nadie se acordará del muro
que, a este paso (perdón por la exageración) va a terminar siendo más conocido
en ámbitos locales que el de Berlín.
Allí
estaban, una tarde de domingo más, inaccesibles al desaliento, coreando sus
cánticos y consignas por medio de un rudimentario megáfono que recuerda a los
utilizados al comienzo de la democracia. Repartiendo entre los viandantes hojas
informativas con la última hora del contencioso entablado y la protesta hacia
quienes no han respetado ni que el juez, hasta ahora, se haya manifestado sobre
la cuestión de fondo. Colocando sobre las vallas protectoras de la zona de
obras pancartas y carteles que llaman la atención de los curiosos. Explicando a
los desconocedores de la causa el por qué de sus acciones. Aplaudiendo a la
pareja de policías locales que transita para verificar que todo se desarrolla
sin incidentes. Y recogiendo firmas (Van más de cinco mil, por cierto).
Podría
parecer que era el último grito y que, en todo caso, iba a resultar inútil dado
que ya han derruido más de la mitad. Pero no: como que aún tienen ganas de
decir ¡basta! a la destrucción de un elemento distintivo de un paseo que forma
parte del patrimonio. Como que no se dan por vencidos y se empeñan en hacer
valer sus razones ante la incomprensión de autoridades y responsables
institucionales. La zona de baño sigue cerrada (y así continuará,
previsiblemente, todo el verano) y muchos ya han advertido que quienes negaban,
técnicamente, la construcción de una rampa por donde pudieran discurrir los
discapacitados, ya deberían estar corrigiendo a la vista de la habilitada para
el paso de camiones y de la grúa perforadora.
Estas
docenas de personas nuclean la resistencia. Algunas siguen sin entender la
negativa de quienes debieron mostrarse más receptivos con esta demanda social.
Como tampoco entienden que los criterios
y los relatos basados en rigurosos estudios históricos no hayan sido tenidos en
cuenta. Algunos confiaban en que el Cabildo iba a acoger, siquiera
parcialmente, sus reivindicaciones. Tampoco ha podido ser. Creían que no se
atreverían con el sello de César Manrique. Lo cierto es que, pese a todos los
imponderables, pese a los silencios y a los incumplimientos, se resisten, en
efecto, a dar por perdida la causa del muro, mejor dicho, de la actuación de
remodelación y acondicionamiento del paseo de San Telmo.
Los santelmeros,
mientras tanto, se reparten entre el muelle, el lago y otras zonas del
litoral portuense. Como otros muchos ciudadanos, sobrellevan con indolencia e
indiferencia los primeros efectos de la destrucción. Pero no hay que
extrañarse: un pueblo que estuvo dos meses sin agua y siguió pagando los
recibos pese a las irregularidades en el servicio, es todo un ejemplo de
paciencia y tolerancia. Si eso no dolió, ¿cómo van a ponderar el patrimonio
urbano que algunos se han empeñado en arrebatar?
Aquí,
desde luego, los más comprometidos no quieren que su grito se deje de escuchar.
Siempre es un placer leer tus artículos; se acostumbra a percibir en ellos un grado de objetividad y equilibrio que siempre es de agradecer.
ResponderEliminarLamentablemente coincido especialmente en destacar la (casi)inexplicable actitud de unos ciudadanos que benévolamente calificas como "ejemplo de paciencia y tolerancia".
Lo cierto es que modificar ciertos comportamientos sociales sólo está al alcance de quien posee muchos recursos, por no hablar del dinero directamente, me referiré a asuntos tan básicos como educación y formación en las escuelas o medios de comunicación masivos.
Ahora con los mundiales de futbol tenemos un claro ejemplo de distracción: siempre es más cómodo evadirse de la realidad canalizando la energía hacia el apoyo de un equipo de deportistas, que al fin y al cabo no nos va a aportar nada tangible en nuestra calidad de vida.
Si alguna vez se produce un verdadero cambio social, este nacerá exclusivamente desde el individuo.