Es probable que se interprete como la penúltima concesión al
bipartidismo pero lo cierto es que, aunque el Partido Popular (PP) no ha dicho
la última palabra, todo da a entender que la reforma electoral para su
pretendida elección directa de alcaldes quedará aparcada hasta las próximas
elecciones autonómicas y locales, a la espera de un clima más apropiado para un
consenso que ahora se antoja tardío e imposible de alcanzar.
Eso es lo
que se desprende de una reunión entre representantes del partido gubernamental
y del PSOE: excluir de las negociaciones para adoptar medidas de regeneración
democrática la modificación de la norma que regula el acceso a la alcaldía, un
ventajismo -y hasta una fullería política- que auspiciaban los populares desde
que se encendió la luz roja de las encuestas que advierte de posible pérdida de
regidores y de gobiernos locales. Si los dirigentes del PP cedieron, después de
contrastar el clamor objetor no solo de los grupos políticos sino también de
expertos constitucionalistas y otros actores ciudadanos, es que habrán valorado
las posibles negativas consecuencias de haber mantenido la posición. Dieron el
célebre paso al costado de los argentinos. Ahora confiarán en que haya sido una
medida inteligente.
El asunto
pasa a una mesa de partidos que, naturalmente, algo tienen que decir al
respecto. Ya se verá si del desarrollo de la misma se colige algún acuerdo
pero, tal como han evolucionado las cosas, parece que el único avance será
precisamente ese: dejarlas tal como están, a la espera de mejor proveer. A
bastantes incógnitas se enfrentan las organizaciones políticas como para echar
más picante con una reforma controvertida, en sí misma un hecho sustantivo en
materia electoral cuyo enfoque, teniendo en cuenta la incidencia
constitucional, requiere de circunstancias muy distintas a las actuales para
alcanzar un duradero y estable acuerdo de máximos.
Hace bien,
en cualquier caso, el PP aplazando la solución. El Tribunal Constitucional ha
admitido a trámite casi tres mil recursos presentados por ayuntamientos de todo
el país en defensa de la autonomía local, un hecho insólito que prueba la
contrariedad que ha causado en el municipalismo la Ley de Racionalización y
Sostenibilidad de la Administración local, sobre la que pesan también, por
cierto, un par de varapalos del Consejo de Estado. Así las cosas, la decisión,
si no hay hechos que fomenten el encono o la bronca, debe propiciar un clima de
diálogo que, a la espera de lo que suceda en los comicios de la próxima
primavera, vendrá bien a las partes.
Porque todas
estarán de acuerdo en que es necesario reformar el sistema electoral en pos de
soluciones más eficaces y consecuentes. Se trata de hacer valer la voluntad de
los electores, de acuerdo, pero también de garantizar mecanismos que preserven
la proporcionalidad, la cultura de pactos y el funcionamiento de las entidades
locales que sirvan para fiscalizar la acción de gobierno, incluida la moción de
censura. No sería positivo un exceso de presidencialismo. El sistema precisa de
un acuerdo de calado que inserte, por ejemplo, una segunda vuelta en
determinados casos de obtención de un porcentaje de votos y que implicaría aún
más no solo a los partidos sino a los propios ciudadanos.
A la espera
de lo que resuelva esa mesa de partidos y de la última palabra del PP, todo da
entender que la asignatura queda pendiente.
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