Era la foto más esperada -juntos, unidos, estimulados, compenetrados-
pero no pudo ser por la inoportuna gripe de la presidenta y candidata andaluza.
Era la declaración más aguardada -en firme, sin dobleces- ante el propio
secretario general, ante otros candidatos y ante la representación de la
militancia y las respectivas direcciones pero no pudo ser por el proceso gripal
que retuvo a Susana Díaz. Le correspondió entonces a Pedro Sánchez, en una
coyuntura inquietante para el PSOE, lanzar el mensaje de la unidad y del rearme
ideológico, y poner la inyección de la moralina de la motivación para afrontar
las pruebas que se avecinan, entre ellas las elecciones autonómicas y locales
de mayo, verdadero test para medir liderazgo y tomar determinaciones
posteriores que, inevitablemente, tienen clave interna: elegir, mediante procedimiento
de primarias, el candidato a la presidencia del Gobierno.
La foto
tendrá que esperar, probablemente con el ruido que han despertado las reuniones
que hace nada parecían socavar la autoridad política de Sánchez quien, después
de haber ganado -en buena lid de participación militante- la secretaría general, encarna un tiempo nuevo
en el socialismo español. Frivolidades de apariciones mediáticas al margen -tampoco han sido una gran rémora- Pedro
Sánchez ha ido creciendo, ganando experiencia y adquiriendo solvencia en el
debate político. Era consciente de que importaba tanto en el plano interno pero
mucho más en la dimensión exterior, en donde arrancaba, por cierto, con el
hándicap de su atractivo físico para las mujeres, convertido, por efecto natural,
en uno de esos tópicos que luego frenan o impiden el reconocimiento de otras
cualidades mucho más exigibles y apreciables en un dirigente en la opinión
pública. Quizás por esa trayectoria ascendente, hicieron brotar -nada es
casual- los hechos que advirtieron que hay muchas espinas en el camino, máxime
en una organización política donde gustan tanto el ruido como el flagelo.
Así que con
tantas convocatorias electorales en el horizonte, con tanto por cohesionar y
vertebrar, con tantas decisiones estratégicas y programáticas aún por tomar, con tantos
dirigentes de nueva generación todavía en fase de conocimiento y consolidación
y con tantas incógnitas como las derivadas de la irrupción de fenómenos
sociopolíticos -cuya traducción en las urnas está por ver pero que augura otro
desplazamiento del electorado en busca de ansiados cambios- lo que menos
conviene al socialismo español es un pugilato, un ‘tour de force’ interno que
acabe desencantando aún más al personal que le sigue siendo fiel y al que
parece dispuesto a restituirle la confianza mientras el derechío mediático
encuentra una válvula de escape a los silencios y a las secuelas de los
escándalos del partido gubernamental. Hay demasiado ruido, de ese que Sabina,
en sus versos, calificó de incomprendido, de insatisfecho, de sin sentido, como
para no exigir -sobre todo después de la frustrada foto de Valencia- un
ejercicio cabal de responsabilidades políticas a quienes las tienen.
Y es que los
adjetivos del poeta se explican por sí solos.
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