En un abrir y cerrar de ojos -o
en un pispás, que se dice ahora-, Rafael Saigí convirtió su ‘hobby’ en pasión.
Una suerte de flechazo, un enamoramiento súbito con el brezo, el palosanto, el
jinjolero, el olivo y la sabina canaria, o sea, con todo aquello enmaderado
extraído de especies arbóreas, que fue moldeando con gusto y fruición hasta
obtener resultados únicos y verosímiles.
El maestro artesano expone nueve obras en una de las
estancias de La Ranilla Arte-Cultura, un
espacio cultural cuyos mentores se afanan en proyectar contribuyendo, como
otros establecimientos privados, a liquidar viejos atavismos que caracterizaron
el popular barrio de antiguos pescadores y gente de modesta condición social
hasta tópicos injustos y exagerados, fruto del empeño de quienes, aún sin
conocerlo, hablaron y escribieron de oídas. Hay que ponderar el esfuerzo de
aquéllos en completar la dotación y ofertarla como un espacio abierto y
dinámico en el que sea posible crear atracción y hábitos. Pueden lograrlo.
Para entender el torneado en madera, probablemente la mejor
definición sea la del artesano británico Phil Irons: “Una de las ocupaciones
manuales que puede comprometer al mismo tiempo la mano, la cabeza y el corazón:
la combinación del trabajo manual con la necesidad de contar con una vista
aguda y el puro placer de crear un objeto bello y útil a partir de un trozo de
material en bruto. Es algo difícil de superar”.
Pues bien: se diría que Saigí interpreta al pie de la letra,
el pensamiento de Colins. Su obra, ya madura y experimentada, es el fruto de su
identificación y de su amor por la naturaleza. Es un autodidacta, reúne la
suficiente humildad para reconocerlo y para esmerarse en el torno. Desde que
tomó contacto con éste, su vida se orientó a la consecución de acabados
originales tras un tratamiento paciente que posibilita, suplementado por el uso
manual de la cera para pulir e impedir que la polilla acampe a sus anchas, y
así obtiene ‘Torneado en madera’ (título de la llamativa exposición),
instrumentos musicales, lámparas, relojes y bernegales que plasman un quehacer
tan ingenioso como sutil.
Rafael Saigí, uno de los habituales en Pinolere, la gran
feria de artesanía de esta tierra, donde es respetado y admirado con su torno y
su producción, brilla con los elementos vitales y artísticos que condensó
Colins. El Espacio Saigí es consecuencia de aquel flechazo, del acercamiento a
la máquina cuyas palancas, cilindros, ruedas, bielas y cigüeñas no solo maneja
con solvencia sino con un fino sentimiento creativo artesanal que cualifica en
cada obra nueva. Se nota.