Algo
lejanos son los tiempos en que Alfonso Guerra lanzó, desde la
tribuna de oradores de las Cortes, aquella expresión dirigida al
presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, que tanto escandalizó a los
políticos, medios y columnistas de la época, en plena Transición
política.
“Tahúr
del Missisipi”, dijo Guerra. Y el verbo se hizo carne de titulares
periodísticos. La diatriba ha sobrevivido en la nube de los debates
y de las legislaturas que se han sucedido. Mientras unos aplaudían y
reconocían el arrojo verbal del portavoz socialista, otros (no
pocos) consideraron que se había pasado y casi convierten al
presidente Suárez en un mártir.
Desde
entonces, el debate político se ha agriado notablemente. Aquella
definición de Alfonso Guerra, aparte de original y ocurrente, hasta
parece graciosa si se la compara con las lindezas que hemos tenido
que escuchar y leer. No se libran los tiempos presentes pues el uso
de insultos y denuestos por parte de cargos públicos, portavoces y
representantes de organizaciones políticas no solo ha degenerado
sino que ha terminado contagiándose en el universo mediático donde
habitan algunos especímenes que han hecho del insulto, de la
descalificación, de la insidia, de la ofensa y del infundio una
manifestación absolutamente normal en el marco de la más
vergonzante impunidad. Para colmo, se adornan con el término
‘político’ o la locución ‘políticamente hablando’ que
viene a ser como una suerte de legitimación para decir lo que les
viene en gana, que todo vale y no pasa nada (Ciertamente, son
multitud las personas que no se explican cómo es posible largar
tantos improperios y tantas expresiones injuriosas sin que ocurra
nada; al contrario, el efecto es el de envalentonar aún más a quien
profiere, dan igual el respeto y la credibilidad, lo menos que les
preocupa).
El
caso es que esa dialéctica política -por denominarla de alguna
manera- ha trascendido las fronteras. Las últimas “aportaciones”
sí que escandalizan (bueno, con todo el relativismo que quieran) y
desbordan, si quedaba alguna reserva, la capacidad de asombro.
Reflejan, por lo demás, el nivel cultural y político de quienes
protagonizan lindezas verbales de tanta “enjundia”.
Una
de ellas, a cargo de Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. Al
término de una manifestación de partidarios de la revolución, ante
miles de personas, alude al presidente de la Asamblea Legislativa
nacional, Henry Ramos Allup. Le llama “viejito coño e’madre,
viejito malvado”. Se queda tan ancho y le aplauden frenéticamente.
¿Se imaginan bien la escena? El presidente del Gobierno
dirigiéndose en esos términos al presidente del Parlamento. ¿Hay
quién dé más? Cuando eso sucede, es que ya, en el plano
dialéctico, se batió el récord de desconsideración e irrespeto.
Por
si no bastara, hay que irse hasta Laos, en el ámbito de la cumbre de
de la Asociación de Naciones del Suedeste Asiático (ASEAN), donde
el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, anuncia que va a
maldecir a su homólogo de Estados Unidos, Barcak Obama, y le llama,
con todas las letras “hijo de puta”. La diplomacia yanqui actuó
con sentido común y reveló que no habría reunión bilateral con la
presidencia filipina, metida en una cruzada antidroga que ya
contabiliza unos dos mil quinientos muertos. Si te coge… Después
vinieron las disculpas y las justificaciones pero lo dicho, o lo
insultado, ahí quedó.
De
modo que si al máximo nivel político, en la esfera internacional,
hay que consignar estas lindezas verbales, ya dirán cuáles son las
esperanzas cuando haya alguna cumbre para tratar de paz, diálogo,
amistad, entendimiento y esas cosas.
¿Qué
dirán los historiadores de este período del siglo XXI? Es probable
que haya muchos incrédulos ante los relatos.
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