La sentencia, la sentencia del Tribunal de Justicia de la
Unión Europea (UE), es un auténtico regalo de Navidad para todos aquellos que
padecían las inconsecuencias de las cláusulas suelo. Cierto -y es lo
inquietante- que la banca no está por la labor y como que no reintegrará
cantidades de forma automática, seguramente a la espera de encontrar algún
mecanismo de ingeniería financiera. Pero hay que estar tranquilos: seguro que
la banca no descenderá a los suelos. Ni siquiera con el primer cálculo del impacto:
el importe de la devolución ascenderá a cuatro mil doscientos millones de
euros.
Lo cierto es que la resolución del Tribunal obliga a devolver
todo lo generado por estas cláusulas desde el año 2009, cuando empezaron a
reducirse los índices hipotecarios. Son miles de clientes o usuarios los beneficiados. Quienes se han mostrado
recelosos con la estructura y las instituciones de la Unión Europea, quienes
seguro que en más de una ocasión se han cuestionado sobre su utilidad o han
mirado aquéllas con distancia escéptica o indolente, acaban de encontrar una
respuesta clara: el Tribunal de Justicia de la UE ha sido valiente y terminante
al derribar justificaciones y elevar el nivel de protección de los
consumidores, sobre todo ante los poderes económicos y financieros, tan
acostumbrados a hacer negocios y, en muchos casos, a exprimir.
Que entiendan bien el valor de la sentencia antes de volver a
poner en circulación prácticas que parecen concebidas para ingresar e ingresar
sin importar las debilidades. Es que la banca no entiende de eso: la justicia
europea, sí.
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