Los 
acontecimientos de la semana han eclipsado una decisión del pleno del 
Congreso referida a sendas proposiciones de ley presentadas por los 
grupos parlamentarios socialista y vasco, encaminadas a la supresión de 
aquellos aspectos considerados como más lesivos en el ámbito de la Ley 
de Seguridad Ciudadana, popular Ley mordaza.
El pleno de las Cortes aprobó ambas iniciativas, hecho 
ciertamente importante, dado el rechazo político y social que la norma 
inspiró desde su aprobación por la mayoría absoluta del Partido Popular 
(PP), además de haber sido recurrida ante el Tribunal Constitucional y 
cuestionada por la defensora del Pueblo, Soledad Becerril, exdiputada 
del partido conservador.
Pero aun entrañando el punto de partida para la modificación
 que se pretende, tampoco hay que tirar cohetes, al menos por ahora, 
pues la disparidad de los grupos parlamentarios hace temer por una 
tramitación compleja y hasta contradictoria. Es verdad que el Gobierno 
sufrió un nuevo revés parlamentario y evidenció su soledad. Ello le 
obliga a negociar para intentar salvar el cuerpo de la mordaza, pero 
todavía tiene margen en el fragor de las transacciones políticas, 
incluso de materias entremezcladas. El caso es que todo indica que la 
Ley de Seguridad Ciudadana, tal como fue concebida, formará parte de la 
historia, con más pena que gloria.
Si su elaboración despertó críticas aceradas, la posterior 
aplicación enervó a muchos actores sociales y amplios sectores de 
población. Se llegó a hablar de notables limitaciones a las libertades, 
si no de derechos judiciales, educativos, sanitarios y laborales 
cercenados. “La ley convertía automáticamente al ciudadano activo en reo
 sancionable a fin de pacificarnos a todos a las bravas”, llegó a 
afirmar el diputado socialista, portavoz de su formación en la comisión 
de Interior, Antonio Trevín. Por su parte, el diputado popular José 
Alberto Martín-Toledano negaba esa visión: “Este es un debate manipulado
 y recurrente porque esta ley no solo no ataca a los derechos 
fundamentales, sino que los protege”, señaló.
Veamos
 qué sucede con la tramitación. Dependerá del ánimo de consenso con que 
se trabaje. Lo lógico es que la ley modificada sea respetuosa con los 
derechos y las libertades que consigna la vigente Constitución, 
sencillamente para acreditar que la representación política contribuye a
 la madurez de la sociedad española. Pero reconozcamos que no es una 
asignatura sencilla.
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