Se
apaga una señal en la radio. Hay motivos para estar tristes. Cada vez que
cierra un medio -y hemos asistido a ese punto final de unos cuantos en los
últimos años- un manto de preocupación y zozobra se extiende sin remisión: es
la libertad de expresión la que sufre, es la oferta mediática la que se reduce,
es la profesión la que se resiente, es el empleo el que pierde puestos…
Se apaga Teide Radio, al cabo de veinticinco años. Nacida al calor de Diario de Avisos, asistíamos a su
alumbramiento, a las primeras emisiones. Incluso, hasta fragüamos planes
profesionales. Participamos activamente en varios programas. Supimos de los
proyectos de expansión y de los afanes de mejora de equipos e instalaciones.
Quedan los desvelos de ejecutivos, de directores, de quienes tuvieron a su
cargo la responsabilidad de la emisión, de estar en el aire en momentos
adversos… Aunque quizá pudieron hacer más. Para estas cosas son indispensables la
sensibilidad y la dedicación. Luego está la gestión, que tiene inevitables
vaivenes, desde luego. La historia de Teide Radio es la de una subsistencia
plagada de dificultades. Es una trayectoria con altibajos, cierto. Nació para competir, quiso
tener una fórmula propia y diferenciada: los profesionales que se incorporaron
a la emisora, tanto los que se abrían paso como aquellos otros que gozaban de
prestigio, hicieron cuanto pudieron para no desmerecer; por momentos, parece
que lo conseguían, pero… no fueron suficientes los intentos ni los esfuerzos. Al
cabo de un cuarto de siglo, no ha podido mantenerse. Lástima.
Teide
Radio deja de emitir. Es
natural que las voces de sus locutores, de sus redactores y de sus contertulios
despidieran una tónica de tristeza. Se
quedan sin trabajo -lo peor- y sin poder continuar la vocación que llevan dentro.
La radio ha sido la vida -literalmente- de muchos de ellos. Programas,
coberturas, transmisiones, alardes… Hay quien dirá que se trata de una víctima
más de la crisis y hay quien justificará otras políticas empresariales. Los
indicativos de Teide Radio no volverán
a escucharse, salvo resurgimiento poco probable. Echaremos de menos cierta
frescura en el quehacer cotidiano, la que quería ser una seña de identidad en
el espectro radiofónico. Ya no lo ocupa, desapareció.
Y es que cuando una emisora de radio se apaga,
se pierde tanto. Gracias a cuantos la mantuvieron, con su empeño, con su
cariño. Periodistas, locutores, técnicos, publicistas, operadores de control,
colaboradores… La historia de la emisora, esa que se trabaja y evapora a diario, sin
darnos cuenta apenas, es su historia.