Fue al inolvidable Alberto de Armas, entonces senador y
secretario general de los socialistas canarios, a quien primero escuchamos la
frase “No sabemos contar lo mucho que estamos haciendo”. Debió ser en la
primera legislatura autonómica (1983-87). Seguro que la misma idea se ha
repetido en el seno de gobiernos, corporaciones y ejecutivas empresariales o
sindicales, sobre todo en coyunturas adversas o cuando tuvieron que rendir
cuentas, simplemente, y pudieron contrastar la insatisfacción de los
destinatarios y las enormes carencias de información y comunicación que, en
efecto, reflejaban la falta de correspondencia entre los valores de una tarea
de gobierno o resultados de gestión y su esperada valoración.
Años
después, hubimos de asumir personalmente y casi sin perdón (máxime por razones
profesionales) que, entre las causas de la primera derrota electoral de la
opción política que encabezábamos en unos comicios locales, figuraba no haber
transmitido mejor el alcance de una obra de gobierno que, desde luego, no
merecía ser castigada. Pero como demócratas aceptamos la voluntad popular y ni
siquiera esgrimimos, entonces y ahora, algunos factores que hubieran servido de
justificación.
La historia
se sigue repitiendo. Las organizaciones políticas conceden gran importancia a
la comunicación, conocen de sus múltiples variables, establecen más y estrechas
relaciones con los medios -sobre todo, con las empresas, que son, a fin de
cuentas las que controlan, hacen y deshacen en la vertiente
económico-financiera del negocio, que también existe-, fichan profesionales
destacados y hasta, en algunos casos, les incorporan a sus candidaturas. Los
espectaculares avances en el uso de las nuevas tecnologías y la consolidación
de las redes sociales como herramienta imprescindible en cualquier ejercicio
político son las pruebas irrefutables de la necesidad de contar con personas
expertas en el manejo de esas materias. Cualquier tipo de iniciativa de
comunicación que se pretenda, desde luego, ha de pasar por un esmerado
tratamiento de los factores apuntados.
Hasta el
Partido Popular (PP), en una de sus muy escasas concesiones a la autocrítica,
mostraba en un reciente video el diálogo de sus principales dirigentes en el
que uno de ellos preguntaba “si no había faltado un poco de piel” en alguna de
las acciones que habían afrontado desde el ejecutivo. Entendiendo por piel la
cercanía, el enfoque, la ecuanimidad que sustancia la credibilidad, en
definitiva, el tratamiento comunicacional de su producción política.
Este
problema de la comunicación no es exclusivo del PP, claro que no. Seguro que
los demás partidos, las instituciones y las entidades, en general, también lo
tienen. Y debatirán estrategias y criterios para afrontarlo. Se supone que a
partir de errores, desvíos e insuficiencias.
El periodista
y escritor Francisco Muro de Íscar, con experiencia también en gabinetes
ministeriales, señaló recientemente que “la comunicación no es un ungüento
mágico que soluciona los problemas de fondo. La comunicación exige estar
presente siempre, abrir las puertas, se transparente, responder cuando la gente
pregunta, escuchar a la gente y crear confianza”. Cree el autor que no es un
problema de comunicación sino de liderazgo.
Por
consiguiente, hay que saber hacia dónde se va. Porque ciñéndonos al ámbito de
la política, hay que admitir que ésta no se puede hacer sin ideas, “pero
tampoco -como escribe Muro de Iscar- sin identidad, sin coherencia y sin contar
con los votantes”. Por eso, concluye, no es solo ni principalmente un problema
de comunicación.
Con la que
hay que acertar, desde luego, porque las complejidades siguen creciendo y los
intereses se entrecruzan y contraponen. Los balances y los programas que se
avecinan o que ya están circulando, lo ponen de relieve. Difícil, desde luego.