A
ver, opinen ustedes…
El
debate está servido, especialmente para la terminación del veraneo
vacacional. Igual sería más conveniente otro término, dada la
virulencia de algunas controversias entre medios y periodistas,
impregnada de ideología identificada con intereses partidistas. ¿Qué
tal porfía, polémica, discusión, disputa, contencioso dialéctico?
Con frecuencia, hay que reconocerlo, mucho ruido para formular la
ecuación sobre el periodismo, los periodistas y la política.
No
olvidemos el viejo principio: hechos sagrados, opiniones libres.
Libérrimas, por elevar el superlativo. Los lectores, los
consumidores de información, se vienen enfrentando a una intrincada
situación cada vez que optan por el origen, por las fuentes
informativas de que se nutren. Eso nos obliga a meditar sobre la
situación del periodismo en las sociedades democráticas modernas y,
en particular, en España. Hay de todo: declaraciones desafortunadas,
dislates, falacias, profesionales ofendidos, cuando no ardorosos
defensores y detractores, errores impropios de un cargo público o
representante institucional de cualquier nivel, dignidad del oficio,
compañerismo...
Esta
meditación, según Luis García Montero, poeta, crítico literario,
ensayista y catedrático de Literatura Española en la Universidad de
Granada, director del Instituto Cervantes desde hace siete años,
debería empezar por los usos y costumbres de la ciudadanía a la
hora de informarse. Pone por ejemplo que “no
critiquemos a los periodistas sin hacer primero un ejercicio de
conciencia”.
Lo normal hoy es que un consumidor de noticias busque en las redes
sociales los medios que le van a dar la razón, voces que opinan como
él opina. Este círculo vicioso se agrava porque cada cual busca un
repertorio mínimo de asuntos que le interesan, desentendiéndose de
una información general sobre la realidad colectiva. Es
decir, clientes
más que lectores de
un autoconsumo destinado a potenciar identidades duras y pensamientos
cerrados.
Y,
desde luego, -sigue García Montero- mucho
mejor si es posible encontrar esa información sin pagar el trabajo
de los profesionales.
Para qué pagar por sentirse rigurosamente informado si uno se
acostumbra a convivir con una comunicación en la que las medias
verdades se mezclan con las mentiras y los datos falsos, y la
información sesgada sirve para crear audiencias en una rueda
viciosa. Se calcula lo llamativo como estrategia de autoafirmación
clientelar.
Está
claro pues que el estado preocupante del periodismo tiene mucho que
ver con el preocupante estado de la ciudadanía. Queda muy atrás la
época en la que el periodista, licenciado o no, se abría paso
procurando un hueco en la redacción, exprimiendo la amistad o la
relación con algún preboste o veterano, echaba horas, cubría plenos y hacía de todo. Hoy tienes muchas otras
posibilidades… de montarte por tu cuenta. Pero hasta alcanzar un
estatus estable, hasta ganarse la vida, o sea, el sustento, de forma
autónoma, hay un largo trecho. Por no mencionar el pluriempleo,
fórmula tan socorrida. No nos engañemos: la posibilidad de una
opinión pública resulta cada vez más difícil en un paisaje de
fragmentos y degradaciones laborales. Cuando antes aludíamos a que
el trabajo profesional hay que pagarlo, estábamos pensando también en
unas condiciones laborales decentes.
García
Montero plantea que los medios nuevos y modestos -se refiere a los
que no tienen ayuda de una cloaca o un gran empresario con ganas de
invertir en noticias que favorezcan sus especulaciones- intentan
sobrevivir con más o menos dignidad entre penurias económicas.
“Y
los medios tradicionales -señala- sufren una dinámica triste para
el oficio. Incluso los que no quieren adaptarse a la basura de la de
las redes, incluso los que no componen portadas cada vez más
parecidas a la zafiedad comunicativa, tienen muy difícil mantener la
independencia, porque pertenecen a grandes grupos de inversión o a
bancos que entran de forma impune en sus consejos de administración
y en sus redacciones. Además de depender de la publicidad o los
acuerdos opacos, es que soportan
el ordeno y mando de
unos dueños que necesitan sacarles rentabilidad ideológica. Buscan
el estado de silencios o de opinión conveniente a sus negocios”.
Así de simple.
Para
ser claro, interpretando al director del Instituto Cervantes: no se
trata de que los políticos intenten influir en el periodismo. Es que
la mayor parte del periodismo está sometido a unas grandes fortunas
que las
utilizan para mediatizar a su favor las decisiones políticas.
Escribe que en
España, por ejemplo, “no se consideró una amenaza contra la
normalidad nacional que un gran partido se convirtiese en una empresa
de corrupciones organizadas, o que se confundiera la prudencia con el
hecho de cerrar los ojos ante lo intolerable, o que un presidente
asumiera el terrorismo de Estado y las puertas giratorias seducido
por el mundo del dinero, o que otro, además de rodearse de
corruptos, fuese capaz de mentir sobre los culpables de un atentado
terrorista, desquiciando su manipulación habitual hasta mancharse
los labios con la sangre de las víctimas. No se consideró tampoco
peligrosa la destrucción sistemática de la educación o la sanidad
pública en Cataluña o en Madrid para desviar el dinero a cuentas
suizas y a paraísos fiscales. Y, sin embargo, ahora es anormal,
peligroso, preocupante, desestabilizador, que haya una coalición
progresista que se atreva a dignificar las leyes laborales y a
pedirle a las grandes fortunas que se comprometan patrióticamente
con su nación a través de una fiscalidad justa. No, no, no, no
son los políticos los que mandan en el periodismo.
A
ver, opinen ustedes…