“El
día de los hechos, la procesada mayor de 18 años, de intachable conducta y sin
antecedentes penales, Mercedes Martín
García, se encontró, muy cerca de una
tía suya, con Florentino García Pérez, el que había sido novio formal de ella
durante bastante tiempo, habiéndose acordado el matrimonio para un día
determinado, no asistiendo el Florentino a la ceremonia, y como el referido
Florentino le propusiese hacer vida marital a lo que la procesada se negó,
insultándole con las palabras de y , ésta, con
un revólver que llevaba y para cuyo uso carecía de la correspondiente licencia,
le hizo varios disparos produciéndole lesiones en la cabeza y tronco, a
consecuencia de las cuales falleció instantáneamente. A continuación la
referida procesada se presentó en el cuartel de la Guardia Civil, confesando su
delito. En cuanto al uso del arma ocupada, puede estimarse a la inculpada de
escasa peligrosidad de carácter social.
Los
hechos integran la comisión de un delito de homicidio previsto y castigado en
el artículo 407 del Código Penal y otro de tenencia ilícita de armas, del
artículo 254 y 256 del propio Código. La procesada es autora responsable
criminalmente.
Procede
imponer a la procesada Mercedes Martín García
la pena de diez años de prisión mayor, por el delito de homicidio; y
tres meses de arresto mayor, por el de tenencia ilícita de armas, accesorias y
costas e indemnización a los herederos del interfecto en la cantidad de cien
mil pesetas…”.
Es
la reproducción de uno de los documentos judiciales básicos para condensar la
historia de una relación amorosa imposible, tormentosa; la historia de un
crimen; la historia de una supervivencia maltrecha; la que nos hacen ver las
dificultades del desenvolvimiento de la mujer en el ámbito rural.
Si el que hemos leído es el relato del fiscal, el de la
defensa contribuye a la mejor comprensión del caso, basado en hechos reales,
ambientado en la isla de La Palma. Dice así:
“No estoy conforme con
las conclusiones formuladas en el escrito del ministerio fiscal, dado que
procede decretar la libre absolución de mi defendida, y declarar las costas de
oficio y suplico a la Sala que, habiendo por evacuado el traslado que se me ha
conferido, y por devuelta la causa en que hablo, se sirva tener por formuladas
con carácter provisional las conclusiones que anteceden, pues así procede en
justicia…”.
Son dos testimonios reveladores del suceso que inspiró a
Marcelino Rodríguez Martín su cuarto libro, esta novela, La fuerza de la maldición, editada por Ediciones Idea, en la que
vuelca su experiencia, su conocimiento del medio y de la sociedad insular de
una época en la que era difícil desentrañar la convivencia y las relaciones
condicionadas por múltiples factores.
Antes, este ingeniero técnico industrial, rama eléctrica,
por la Escuela Politécnica de Las Palmas de Gran Canaria; nacido en Los Llanos
de Aridane en 1949; licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la
Universidad de La Laguna; estudioso de la situación de las empresas eléctricas
internacionales; adscrito al plantel técnico de UNELCO desde 1980 y gerente de
la Empresa Distribuidora Eléctrica del Puerto de la Cruz S.A. (DEPCSA),
perteneciente al Grupo Endesa durante nueve años; antes -decíamos- había
publicado (2011, año de su jubilación) La
fábrica de gas de Santa Cruz de Tenerife. Un recinto para el recuerdo; Félix,
el insurrecto. Un tijarafero en el ejército mambí y su primera novela, El agua de la discordia. Green Golf Tresina,
todos de Ediciones Idea. A esta
producción bibliográfica, hay que añadir artículos y trabajos de investigación
publicados en revistas especializadas.
Pero es con La fuerza
de la maldición donde Marcelino Rodríguez Martín desnuda su alma de
novelista. Lo hace desde su pasión por la historia más cercana, la que vivió en
primera persona, la que auscultó en silencio y la que le cautivó hasta
plasmarla con escritura sencilla bien tramada.
Si el cantautor Joaquín Sabina se pregunta en uno de sus
poemas “¿Qué maldición separa a los amantes, que no se han olvidado?”, el
novelista compone un relato -a veces crudo pero no exento de ternura- cuya
intensidad atempera adecuadamente, a medida que se consolidan los perfiles de
los personajes. Pero, extrapolando la cuestión ‘sabinera’, se trata de
averiguar o descubrir la respuesta en las doscientas cincuenta y tres páginas
de la narración cuya verosimilitud se contrasta en las fuentes consultadas: el
sumario judicial, el expediente médico y el penitenciario de uno de los
protagonistas, como principales documentales, pero también los archivos y los
testimonios de testigos y conocedores de los sucesos que ofrecieron su versión
para completar la historia.
Entre los soportes promocionales de la novela por cierto,
figura otra interrogante: “¿Se cumplirán las maldiciones que se vertieron sobre
uno de los protagonistas o fueron hechos que tenían que suceder?”. He ahí otro
buen motivo para dejarse atrapar por la lectura en busca de respuestas que
deben ser deducciones interpretativas de lo acontecido en un municipio del
norte palmero cuando mediaba el siglo XX.
A propósito: el autor revela las condiciones en que se
desenvolvía la mujer en el ámbito rural. Se destaca este hecho ahora que se
persevera en la lucha por la igualdad. Seguro que en la campaña electoral que
se avecina se hablará de la necesidad de contar con normativas que reconozcan
el trabajo de las mujeres en ese ámbito y hasta el otorgamiento del cincuenta
por ciento de los derechos de la explotación familiar. Entonces, no. En las
páginas de este libro se suceden las rudezas de la vida del campo, el
sufrimiento silencioso de la mujer, hasta su sumisión, sin apenas alicientes
que compartir los frutos de los cultivos y esmerarse en la educación de los
hijos con la esperanza de que no se vieran condenados a las mismas
tribulaciones.
Se
ha escrito que la mujer ha sido la gran perdedora de la forma de vivir que
encerraba el mundo rural de la época. Desde entonces, muy lentamente, las
mujeres han roto moldes, se lanzaron a progresivas conquistas y aún hoy confían
en acceder a más oportunidades de formación y de políticas activas de empleo.
Confían, sencillamente, en que sea reconocido su afán emprendedor y su apego al
medio donde han labrado su propia existencia.
Para
entender esa lucha en un ámbito muy concreto, propenso a las maldiciones, a los
sambenitos y a las relegaciones morales y sociales, hay que seguir el relato de
Marcelino Rodríguez Martín, empeñado en detallar el costumbrismo, los usos y
los condicionantes del turbado desenvolvimiento femenino. “Sus labores”, típica
expresión recogida hasta en las diligencias judiciales. No habrá querido hacer
un homenaje, en ese sentido, pero pone de relieve el valor y el tesón, entre
otras cualidades.
La
dignidad de Mercedes en medio de la vejación que había significado haber sido
plantada en el altar. El desespero de Isabel, la madre que perdió a su hijo,
reflejado en su comportamiento durante el juicio hasta merecer la reprobación
de Su Señoría. La condena, el Valle, las plataneras, las tradiciones, las
asperezas, los comportamientos, los recelos…
Pero
no digamos mucho más, que la novela invita a su lectura, con sus claves, sus
incógnitas, su fuerza y el realismo de la narración. Marcelino Rodríguez Martín
hace buena en esta obra aquella afirmación del escritor británico y de ciencia
ficción, Terry Bratchett, Oficial de la Orden del Imperio:
“Hay
una vieja maldición. Dice: Ojalá vivas tiempos interesantes”.
Aquellos
que recrea Rodríguez en su novela han encontrado acomodo literario. Cuando ha
sabido trasladarlos a nuestros días, resulta que sí, que están impregnados de
interés, el que se va fraguando con modestia y sin alardes -virtudes que le
honran- en ese peculiar y complejo universo literario de nuestras latitudes,
donde para superar maldiciones solo hay que proponérselo.