Un cliché, un estereotipo que hay que borrar en el contexto
del turismo portuense es ese de que los hoteles están viejos y que no inspiran
reclamos o atractivos como los de otros destinos. Muchos años llevamos con esa
foto fija que ha hecho mucho daño a la hora de promocionar y de mantener ese
casi infalible sistema de propaganda boca-oído.
Se siente
uno legitimado para hablar así. Cuando ejercimos la alcaldía, y aún en otras
funciones públicas, mantuvimos el discurso contrario. En cierta convocatoria en
Hannover (Alemania), un destacado empresario sureño llegó a comentar que
defendíamos más los hoteles del Puerto que sus mismos propietarios o
directores.
Es verdad
que durante mucho tiempo fue el abandono lo que caracterizó el aspecto de los
establecimientos hoteleros. Eso se extendió con cierta rapidez. Las
todopoderosas cadenas que entonces arrendaron se desentendieron por completo,
tenían sus contratos de arrendamiento, sabían que llegaría el final y para
entonces, como ya te he explotado lo suficiente, ahí te quedas, dicho
coloquialmente.
Hay que
tener en cuenta, por supuesto, que una buena parte de las construcciones data
de finales de los cincuenta, de la década siguiente y de los años setenta,
cuando se produjo un “inteligente” parón que se mantiene durante casi cuatro
lustros. Existe, por tanto, una carga de antigüedad que propició bastante la
obsolescencia no corregida y la desconsideración. A ello hay que añadir que
muchos propietarios y empresarios no se preocuparon, acaso porque creyeron que
no habría una explosión similar en otra franja de la isla o porque otros
destinos emergentes no serían serios competidores del Puerto de la Cruz. Ese
abandono contribuyó al estereotipo. Además de una tipología constructiva demodé, los adelantos y las comodidades
interiores de vanguardia hacían aún menos atrayente la reserva en
establecimientos que fueron vanguardia en su momento y destilaron clase. Hasta
para un turismo selecto, de alto poder adquisitivo. La desidia produjo su coste
negativo.
Hasta que
algunos propietarios tomaron conciencia y emprendieron reformas en un claro
intento de modernización. Esa puesta al día se basó en programas crediticios y
en ayudas públicas excepcionales. Varios hicieron importantes esfuerzos,
concentrados en el cierre parcial temporal del establecimiento, con los
trastornos que supone la ejecución de obras y, en algunos casos, la reducción
de precios.
Hubo
resultados estimables de remodelación, reorganización interior y nuevas
dotaciones. Algún experto dice que fue tarde, que cuando eso se consumó ya en
otras zonas llevaban ventaja, especialmente para afrontar el modelo sol y
playa, no importa que la oferta se desbordara.
Pero lo
cierto es que nadie puede discutir la solvencia y la calidad de la planta
alojativa del Puerto de la Cruz, sobre todo la mayoritaria hotelera. Tradición,
experiencia, profesionalidad, buen gusto, servicio esmerado, atractivos
diversos, accesibilidad, dotaciones… Esas cualidades distinguen y han vuelto a
tener eco recientemente cuando se ha conocido que tres de los prestigiosos
galardones “TUI Holly” han ido a parar hoteles portuenses.
Así, el
máximo reconocimiento a la gestión ambiental ha sido para el hotel Tigaiga, de
los Talg; en tanto que el Rui Garoé, uno de los de más reciente edificación
propiedad de la cadena balear; y el Botánico, de Wolfgang Kiessling, han
obtenido también respectivas distinciones en la convocatoria anual de TUI.
Hay que
congratularse pues al estímulo empresarial y profesional hay que unir la
aportación a la proyección turística de la ciudad. Son galardones que
cualifican la oferta propia y, en cierto modo, la del conjunto hotelero. Sobre
todo, para acabar de una vez con esa foto fija de establecimientos obsoletos
que no atraen ni a los más fieles.