“Cada
libro, cada volumen que ves aquí, tiene un alma. El alma de la
persona que lo escribió y de aquellos que lo leyeron, vivieron y
soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que
alguien baja sus ojos a las páginas, su espíritu crece y se
fortalece”.Son palabras del escritor español Carlos Ruiz Zafón en
‘La sombra del viento’ para referirse a la inmensidad de los
libros y lo apasionados que son los escritores cuando dan vida a sus
relatos.
Tenemos
la intuición de que Andrea Abreu, la autora de ‘Panza de burro’
(Barrett 2020), las interpretaría al pie de la letra a tenor de lo
que ha ocurrido con su primera novela y el singular éxito cosechado.
El alma de esta icodense que esta noche va a recibir el tributo de su
pueblo en forma de “Cepa de honor”, el galardón instituido por
el Centro de Iniciativas y Turismo de la localidad, bulle con la
certeza de sentirse respaldada pues cientos, miles de lectores, han
bajado sus ojos a las páginas de su primera novela, una rareza en el
mejor sentido de la palabra, pero un éxito editorial indiscutible,
un fenómeno de las letras canarias más recientes.
Hoy
siente el calor de su pueblo que tan bien sienta en invierno. ‘Panza
de burro’, que comienza con un guiño en la mismísima portada pues
Sabina Urraca se siente Editora
por un día,
que da título a la colección en la que está encuadrada, es, sin
duda, uno de los libros del año cuyo fin anhelamos siquiera como
auto de fe para que lleve todos los males que hemos padecido. Dice
Urraca que “la escritura de Abreu es inteligente y salvaje, con un
gran pulso poético y sin miedo. Hasta el momento había publicado
el poemario Mujer
sin párpados (Versátiles,
2017), el fanzine
Primavera
que sangra (2017,
reeditado en 2020 por Demipage) y algunos textos literarios en
antologías. Como narradora, en 2019, ganó el accésit del XXXI
Premio Ana María Matute de narrativa de mujeres con su relato ‘Los
movimientos de las plantas’. Aunque Urraca, por cierto, nació en
el País Vasco, comparte con la autora de esta obra una infancia que
discurrió en las islas Canarias, el espacio en el que se desarrolla
la historia.
Estamos,
pues, ante una mujer nacida para la escritura, para narrar después
de imaginar, explorar y retrotraerse a su pasado, a su propia
experiencia vitalista. A saber lo que nos depara su futuro, los
géneros que incursionará y los personajes y los territorios por
donde los hará discurrir. El porvenir, en cualquier caso, es
prometedor a la vista de esta primera cosecha, tan granada, y de las
cualidades que acredita.
Andrea
Abreu ha hecho efectiva aquella frase tan manida en aquella España
que tardaba en despertar y que multiplicaba sus ecos en los ambientes
literarios y creativos: “Éxito de crítica y público”, se decía
cuando no había redes sociales y cuando cada estreno, cada novedad
editorial costaba –con permiso del autor de la frase- sangre, sudor
y lágrimas.
A
la autora le ha bastado revivir y aderezar su infancia y
adolescencia, plasmar los ambientes de su barrio y de su entorno para
dar forma a una novela de la que gusta hasta el lenguaje empleado,
aquellas expresiones –si quiere poco academicistas- que, por ser
inherentes al pueblo y al costumbrismo, terminan siendo aceptadas
porque encajan y porque hacen más comprensible la historia de Shit e
Isora, las protagonistas de la obra. Igual hasta despejan la bruma.
La
crítica, salvo algunos sectores seguramente asombrados o en fuera de
juego por la temática escogida y su afán rompedor, ha coincidido en
señalar que ‘Panza de burro’ va más allá de ciertos
convencionalismos. Se trata, como hemos leído, de una novela
original, diferente y con voz propia. Lo más singular es la manera
en la que Abreu traslada la oralidad a la escritura, sirviéndose de
palabras y expresiones locales y rompiendo hasta con las normas
ortográficas. Pero ‘Panza de burro’ es mucho más. Es una obra
extraña, natural, sucia, divertida, oscura, triste, incómoda...
Todo cabe en esta historia que comienza explotándote la cabeza y
termina pellizcándote el alma.
El
orotavense Nicolás Dorta, otro de los grandes nombres de esta nueva
e ilusionante ola de las letras canarias, tan marcada por la juventud
de quienes se han subido a ella por méritos propios, confiesa que,
al enhebrar una interpretación del libro de Andrea Abreu, ha querido
”Escribir
como hablo, como pronuncio, sin diferencias entre la palabra dicha y
la que veo en la pantalla, pero no me sale, porque eso solo lo pueden
hacer los que escriben construsión,
güerta, pollaboba, fortasé, sangüi, cagalera, trompada,
cachorrona, chafalmeja o hiperdino,
sin que su literatura pierda un ápice de fuerza, belleza y verdad.
Abreu escribe sin papel transparente, sin forro, encadenando frases y
expresiones, hilvanando una historia que esconde una trama oculta,
paralela, al acecho, como el vulcán.
Sostiene
Dorta que “la artífice de ‘Panza
de burro’ hace
del feísmo
canario
un recurso poético que se traslada al lenguaje, con la cautela de no
caer en excesos que podrían desmerecer el texto”. Nos parece que
sublima con exactitud los valores literarios descriptivos de nuestros
rasgos, de nuestra personalidad y de la condición humana del
insular, con permiso de Pérez Minik, que el CIT icodense ha querido
distinguir con el galardón que le entrega esta noche.
Otra
escritora tinerfeña, premio Canarias de Literatura, Cecilia
Domínguez Luis, le da la bienvenida y subraya que “Memoria y
lenguaje son los pilares sobre los que Andrea Abreu construye su
novela”, en la que su autora, añade, “vuelca sus arraigos y
desarraigos”, allí donde se concatenan [un pueblo] “de calles
empinadas de huertas, cuevas y barrancos, con el mar a lo lejos,
invitador”. En efecto, tal como escribe Domínguez, la obra es
también la historia de un pueblo, con sus prejuicios y su
intolerancia, con su maledicencia, pero también con su solidaridad
en momentos difíciles.
La
novela, por lo que se ve, no ha dejado indiferentes a sus lectores y
a sus críticos. Los testimonios seleccionados son una prueba clara,
a la que añadimos el de Naima Pérez, cuando revela “quizá
no sea la historia en sí, sino la forma en que está contada” , lo
que ha reclamado su atención. “Una –escribe Naima-, que siempre
ha sido bastante defensora de la norma ortográfica y hasta del
academicismo a ultranza, se ha quedado con la boca abierta al
comprobar en esa ‘Panza de burro’ cómo Andrea Abreu usa el
lenguaje escrito con una inmensa carga de oralidad −a veces hasta
excesiva−, pero con la que es capaz de transmitir a la perfección
el significado y el sentido de lo que habría dicho si se hubiera
ceñido a esa norma. Norma que, por cierto, conoce a la perfección,
pero que se permite eludir para arrojar mayor autenticidad a su
relato”.
No
estamos, pues, ante una promesa de la escritura sino ante una autora
a la que quedan, eso sí, muchos obstáculos que saltar y muchas
páginas brillantes por escribir.
Para
eso se lleva el ánimo de los suyos y la “Cepa de honor” que
simboliza la calidad distintiva del topónimo de localidad y de uno
de sus productos naturales por excelencia, precisamente en vísperas
de una apertura de bodegas que, en esta ocasión, no está cargada de
ruido de tablas ni de cacharros que se deslizan por otras empinadas cuestas, pero sí
de aprecio e identificación de los lugareños que encuentran en las
páginas de ‘Panza de burro’ la gratificante esencia de una
escritura cautivadora que ojalá se prolongue con el mismo éxito que
‘Panza de burro’. Recordemos el aserto de Ruiz Zafón: “El
espíritu crece y se fortalece”.
Y brindaremos por ti, Andrea, ¡Enhorabuena!
(Texto leído anoche durante el acto de entrega del galardón 'Cepa de honor' del CIT de Icod de los Vinos a la escritora Andrea Abreu, autora de 'Panza de burro')