Contagiaba su
serenidad en las vísperas de aquel encuentro trascendental para conservar la
categoría. Fuera, en el exterior del hotel, los seguidores del Deportivo de La
Coruña hacían sonar sus claxons, sus pitos y sus tambores con tal de
distorsionar la concentración de los jugadores del Tenerife e impedir el
necesario descanso. En la expedición tinerfeña los rostros delataban
preocupación, sin angustias, de modo que alguien aún se permitía bromear en la
cena y en el almuerzo temprano del propio día del partido.
Y allí estaba Javier Pérez, presidente
del club, rumiando en su interior la importancia que tenía seguir en Primera
división. Gesto adusto, mirada escrutadora, expresión afable, el respeto a la
seriedad que inspira la figura del médico… El Tenerife se predisponía a librar
el segundo partido de la promoción en Riazor después de un mal encuentro y de
un empate inquietante en la ida. Hasta la capital gallega acudimos para
acompañar como comentaristas a José Manuel Pitti en la transmisión de
Televisión Española. Pepe Segura era el único político de las islas que estaba
presente en la convocatoria. En la tribuna, el presidente de la Xunta de
Galicia, Manuel Fraga Iribarne. Ambiente de gala desde la Torre de Hércules,
con el paso de los años declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La
transmisión no comenzó bien: problemas en la línea/sonido de retorno. Pero un
gol de Eduardo Ramos, de cabeza, pareció balsámico en todos los sentidos: en la
recuperación de la señal de audio y en el control de juego por parte del
Tenerife, en medio de una notable pobreza creativa y de escasas ocasiones. El
gol sería determinante en la suerte promocional. Cuando termina la
incertidumbre y Fraga abandona el estadio, vemos desde la tribuna los gestos de
contento de Azkargorta y de Justo Gilberto. A Pérez también se le percibe dichoso.
Pitti bromea, por vía interior, con Paco Álvarez junior y Cristina Alcaine:
hacen sonidos bucales que emulan el himno del Tenerife. La alegría se
desbordaba por minutos. El gozo albiazul (por los colores tinerfeños) era una
especie de liberación. Seguían en el primer estrato del fútbol nacional.
El doctor Javier Pérez Pérez, natural de
La Palma, médico especialista, profesor de la facultad de Medicina de la
Universidad de La Laguna, había accedido a la presidencia del Club Deportivo en
junio de 1986. Sucede a José López Gómez, sin necesidad de elecciones pues la
que encabezaba era la única candidatura presentada. El equipo se desesperaba en
Segunda ‘B’ y con una situación económica muy delicada pues la deuda rondaba
los trescientos cincuenta millones de pesetas. El ascenso a Segunda división
llega un año más tarde. Dos después, tras una memorable promoción con el Real
Betis Balompié, sube a lo más alto al cabo de veintiocho años. El presidente ya
es talismán: era una meteórica trayectoria la suya como dirigente deportivo. Es
la etapa dorada del club albiazul, coronada con su participación en
competiciones europeas.
A Pérez le conocimos en el tramo final
de nuestra andadura en Radio Popular de Tenerife (COPE), donde -entre otras
cosas- hicimos ‘Radio Deportes’ durante siete años ininterrumpidos. Pérez llegó
a los estudios, antes de entrar al locutorio, con ganas de explicar que tenía
ganas de producir un cambio en el Tenerife. Guardaba las mejores intenciones.
“Soy un palmero que ama sin reservas este club que merece estar más arriba”,
fue su definición, a la que correspondió con creces ulteriormente. Se rodeó de
gente con ganas. Sabía que, para crecer, era indispensable. Y fue amasando un
mensaje de unidad, en otras palabras, una idea que hacer propia, con la que se
identificaran los tinerfeños. Lo logró, vaya que sí, aunque terminó quemándose
como tantos dirigentes de acá y de acullá, porque sin goles no hay
correspondencia ni gratitud. El fenómeno social -como nunca antes se había
experimentado en el fútbol insular- se fue desmoronando. Los críticos de Pérez,
con su obra y gestión, acaso esgriman ese argumento: no supo retirarse en el
momento apropiado, aunque si lo hubiera hecho -la oportunidad es siempre una
apreciación muy subjetiva-, es probable que esos mismos se lo hubieran
reprochado. A fin de cuentas, de la gloria a lo contrario, hay muy pocos pasos.
Claro
que en la historia siempre quedarán las dos Ligas arrebatadas al Real Madrid en
la última jornada; los dos quintos lugares en la clasificación que
posibilitaron participar en la Copa de la UEFA, de la que fue semifinalista en
una ocasión; igual condición en una Copa del Rey. Hasta culminar en 1997,
cuando el Tenerife llegó a ocupar la decimoquinta plaza del ‘ranking’ FIFA.
Algunas veces, cuando coincidíamos en aeropuertos o en el estadio, además de
desearnos suerte en los respectivos cometidos, nos preguntaba por qué había
abandonado el ejercicio del periodismo deportivo cuando estaba probado que era
bastante menos ingrato que la política. “Es sangre que corre por las venas”,
dijimos en una de aquéllas. “Como la tuya que has dedicado al Tenerife”,
añadimos.
Después
de casi diecisiete años al frente de la entidad, Javier Pérez dejó de ser
presidente. Fue en diciembre de 2002. Víctor Pérez Ascanio -a la postre,
presidente- y Francisco Cabrera unieron sus candidaturas en el proceso
electoral convocado. Pérez resultó derrotado y abandonó el consejo. Era ya el
decimonoveno presidente en la historia del club.
Este
rinde ahora tributo a su memoria, una iniciativa que no solo propicia un
reconocimiento a su tarea sino que salda algo que parecía pendiente. Pérez
llegó al Tenerife para engrandecerlo. Quienes conocimos de aquellos inicios,
ahora, con el paso del tiempo, hemos comprobado que el presidente doctor, su
afán emprendedor, no se detuvo ni en los momentos más adversos, de ahí que este
homenaje, cuando el equipo, deportivamente, se debate en la actualidad en la
zona inquietante, resulte todo un estímulo para reivindicar el sentimiento y
aquella iniciativa suya de unirse y hacer propio el sueño de progresar hasta
donde se pueda llegar.
Con
realismo, eso sí, que el fútbol no está para aventuras.