Convenimos, eso
parece, que hay que superar la amenaza del olvido inevitable, tan latente en
cualquier manifestación de la experiencia humana. Cuando la gestora cultural y escritora
madrileña, Bárbara Palomares Sánchez, señala que “el espacio de la memoria
permanece atrapado en los rincones de nuestro silencio, de nuestra soledad, sin
que el olvido pueda desdibujar para siempre los recuerdos que, de manera
inexplicable, perduran aferrados en sus calles, en sus casas, en sus aromas, en
sus escondites, en sus miradas, en sus vacíos… y, en ocasiones, en la nada…”,
está dando a entender la importancia de cultivarla: la memoria, la capacidad
para recordar, almacenar y construir. La historia, la iconografía, las voces y
los sonidos, las imágenes fotografiadas o filmadas, e incluso la tradición oral
-tan valiosa entre los canarios para conocer y entender muchas cosas- alimentan
un cierto sabor inconfundible de la memoria.
Hay que agradecer a las personas que la
conservan esa facultad, su retentiva, especialmente cuando, por razones fáciles
de colegir, la memoria fue condenada o relegada o cuando, sencillamente, no se
quería que existiera; o cuando, a diferencias de los tiempos actuales, no había
recursos ni medios técnicos para ponderarla como es menester. “Somos un pueblo
sin memoria”, hemos dicho en numerosas ocasiones para reprochar alguna omisión
o alguna falta de reconocimiento. “Un pueblo sin memoria es un país sin
futuro”, escribió en uno de los accesos al Estadio Nacional de Santiago de
Chile una corporación de ex presos políticos que padeció allí mismo los
horrores de la dictadura derivada del golpe de Estado de Pinochet. Para que
nadie olvidara.
Pues bien, la Junta de Cronistas
Oficiales de Canarias va a distinguir esta noche, en el Instituto de Estudios
Hispánicos de Canarias (IEHC), a Melecio Hernández Pérez como ‘Memorialista’,
que viene a ser, según el diccionario, aquella persona que por oficio escribe
memoriales o cualesquiera otros documentos que se le pidan. Se trata de un
justo reconocimiento a un quehacer sensible y constante, indisolublemente
ligado a la preocupación por los valores autóctonos que ha sabido defender, sin
estridencias y con certeza, en su infatigable dedicación a la lectura, en sus
observaciones minuciosas y en sus investigaciones al servicio de la comunidad,
plasmadas en artículos y libros que plasman ya el rico y sin igual anecdotario
portuense ya los orígenes, las etapas y los episodios sobresalientes de la
historia del turismo en su ciudad natal, Puerto de la Cruz.
Melecio Hernández Pérez,
espléndidamente octogenario, llegó a ser librero y es, por derecho propio, un
vigía del legado que distingue y enorgullece a un pueblo. Su ejercicio
memorístico bien vale este reconocimiento de los cronistas oficiales canarios
que saben de su compromiso y desempeño hasta encontrar en él una fuente fiable
y autorizada, sobre todo, para mantener viva la memoria colectiva. Si todos
somos depositarios de lo que ha pasado, alguno, como Melecio, tiene el
privilegio de saber testimoniar.
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