Es normal el
desconcierto -y hasta el malestar- en las filas socialistas por la
incorporación de determinadas personas a sus candidaturas para las próximas
legislativas. De siempre, la ‘política de personal’ -así llamada para
identificar la selección y colocación más o menos estratégica de cuadros y
valores individuales- despertó recelos y críticas internas cuyo diapasón
modulaba el desempeño y el paso del tiempo. Recuérdese el caso de Baltasar Garzón,
fichado a bombo y platillo con José Bono de por medio, protagonista posterior
de un sonado abandono.
Por lo general, la inclusión de
independientes no fue bien vista en las filas socialistas. Pero era claro que
una mínima visión de enriquecimiento de la organización y las proclamas de
aperturismo a la sociedad significaban la necesidad de obrar con criterios de
laxitud a la hora de confeccionar las listas. Se trataba de superar cierta
rigidez, unos corsés que frenaban o impedían la innovación, además del riesgo
de desperdiciar aportaciones interesantes y aprovechables… Siempre que
estuviera acreditado su progresismo y que asumían las posiciones partidistas se
supone que democráticamente debatidas o aprobadas. Ponderar la independencia -cada
quien y sus circunstancias, respetables- era y es una señal de madurez, nunca
un impedimento para la participación política.
Pero ni siquiera las dudas que puede
inspirar el transfuguismo de Irene Lozano, procedente de las filas de Unión,
Progreso y Democracia (UPYD); o las manifestaciones de rectificación o
disculpas sobre algunas acusaciones que vertió sobre la casa que ahora le acoge
y que le han solicitado dirigentes socialistas como el presidente extremeño
Fernández Vara y el ex presidente Felipe González, las dudas -decíamos-
sustancian el desconcierto y el malestar de la militancia como que no se haya
contado con ella ni siquiera a mero título orientativo. Cierto que las
direcciones y órganos de decisión deben tener un razonable margen de maniobra,
pues para eso dispondrán de información y estudios en los que basar sus
determinaciones. Cierto que hay criterios respetables como el número de
candidaturas que en todo el Estado deben estar encabezadas por mujeres. Pero
entonces no hablemos de procesos participativos o de consulta. No se
corresponde con la realidad fáctica.
La experiencia ha acreditado que el
sistema de elecciones internas (también llamadas primarias), a la vista de las
múltiples fisuras, está necesitado de un perfeccionamiento que se vuelve
indispensable si se quiere mantener los mínimos de motivación de los
militantes. Un partido moderno, democráticamente avanzado, abierto a la
sociedad -como tantas veces se ha dicho- ha de afrontar esa asignatura con
carácter prioritario. De lo contrario, parece condenado a la resignación de su
gente. Y al malestar -no es demagogia- de quienes dicen que si solo se cuenta
con ellos para abonar las cuotas y para asumir códigos éticos. Menos mal que
sigue primando la sensatez y no se han perdido principios como el de la
escenificación de la unidad: todos a una.
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