Entre todas las lecturas que se puede hacer de la crisis del
agua en varios sectores de la ciudad, hay una que es obligada: la paciencia,
cercana a la resignación, que han tenido los vecinos, los directamente
afectados. Entre diez y doce días sin una respuesta más o menos fundamentada,
entre diez y doce días sufriendo los trastornos, viendo cómo volvían los
camiones-cuba -en pleno siglo XXI, en la era de los avances tecnológicos- para
paliar la falta de suministro regular, y nadie o muy pocas voces -algunas en
redes sociales- sin protestar, sin reclamar una solución, sin preguntarse
siquiera ¿hasta cuándo?
Es como si la población estuviera anestesiada, como si el
abastecimiento de agua, tan indispensable y tan proclive a quebrantos de todo
tipo cuando se interrumpe, se pudiera sobrellevar pacientemente con un conformista ‘ya vendrá’. Se calcula que unas
cinco mil personas se han visto afectadas por una disfunción que tardará en ser
reparada y de la que todo el mundo parecía huir, como si no fuera con ellos, como
si no se fuera consciente de que estábamos ante un problema de salud pública.
Llama la atención la actitud pasiva y conformista. Para otras
cosas, de menor entidad incluso, en otros tiempos, surgían movimientos y
algaradas, se disparaban rumores, se acusaba irresponsablemente y hasta se daba
lecciones de la materia a solucionar… y esta vez, nada, como un cero al
cociente.
Ni siquiera el dolor del bolsillo, el producido por tener que
pagar una nueva tasa o ver incrementada determinada tarifa, ha agitado al
personal, buena parte del cual es probable que ni siquiera sepa que se está
cobrando el importe de un servicio que no se está prestando. ¡Eso sí que es
resignación cristiana!
Malo cuando una población, ante un problema de la envergadura
que significa la interrupción prolongada del abastecimiento de agua, se
encierra y se aguanta. Y ojo: no se está apelando a una revuelta popular, a
reacciones airadas o algo por el estilo. Pero cuando tanto pasotismo se
advierte ante unas circunstancias como las que concurren, cabe hacerse
interrogantes: ¿Qué está pasando? ¿Por qué esa pasividad? ¿A cuenta de qué esos
temores? ¿Hay razones para esa inhibición? ¿O, simplemente, falta de liderazgo
social?
Lo ocurrido quizá ponga de manifiesto, una vez más, que los
portuenses somos muy dados a hablar y poco a hacer, cuando realmente hay que
hacer. Así hemos perdido un montón de cosas.
Luego están las variables y los senderos escapistas pero son
menos importantes, en nuestra opinión, que esa actitud pasiva e indolente.
Claro que hay que tener en cuenta la deuda y los pleitos de la compañía
suministradora con el Ayuntamiento, los problemas de mantenimiento de los
depósitos y de la red, la falta de iniciativa para urgir soluciones, los
recelos de los grupos políticos del gobierno local para cargar con las
responsabilidades, los silencios de todos cuantos puedan sentirse mínimamente
responsables…, claro que son todos estos hechos y más que sólo dan para
constatar, en todo caso, un servicio deficiente y unos condicionantes para gestionar
una crisis -de abastecimiento de agua, nada menos- que ha durado más de diez
días sin que apenas se escucharan voces de protesta.
Lo dicho: anestesiados. Insólito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario