Quieren acabar con todo, decía uno de los eslóganes que
convocaban la pasada huelga general. Todavía no había hecho el Gobierno el
anuncio de que también metería mano a la educación y a la sanidad. ¡Jesús! Si
lo hubiera dicho antes de las elecciones andaluzas y asturianas, entonces sí
que las pérdidas se hubieran aproximado al estropicio. Atinada advertencia
aquélla: todo incluido significaba dos pilares que parecían intocables. Rajoy,
Cospedal y compañía, también Arenas, se cansaron de repetir que no, que
anduviera tranquilo el personal que esas materias no serían revisadas. Amagaron
con la Educación para la Ciudadanía y han ensayado con el copago en la Justicia
pero ahora dan un salto preocupante que no ha sido frenado. Entre aquella
omisión y la demora en aprobar los Presupuestos Generales del Estado, el
ejecutivo hace tal acopio de descontento que los representantes del partido
gubernamental siguen escondidos a la espera de que escampe.
Han
replicado desde el PSOE que educación y sanidad son líneas rojas, grafismo con
el que expresar ‘casus belli’, territorio comanche, cuidado con las cosas de
comer y atención, hasta aquí hemos llegado. A la natural manifestación de la
primera línea de la oposición se unirán, sin duda, otras voces políticas y de
heterogénea condición, con lo que la tensión se va a acrecentar. En el ámbito
autonómico, no digamos. Muy convincentes y persuasivas -todo lo contrario que
hasta ahora- deben ser las argumentaciones gubernamentales para ir calmando a
los actores sociales que han dado síntomas de entender que la resignación no es
una opción. Ni siquiera el entretenimiento de la cúspide futbolera ni la
resolución de concursos televisivos de las próximas semanas va a desviar la
atención de unos hechos que contrastarán la indolencia o la pasividad de
quienes padecen directamente tanto recorte. Y la campaña de la declaración de
la renta, encima.
Habrá, eso
sí, una mirada a Francia, donde es tan interesante el ángulo de la resistencia
de Sarkozy como el del avance de su rival, Holland, decisivo para el rearme de
la socialdemocracia, si es que se consuma. A propósito, no había que estrujarse
el cerebro tras las manifestaciones mitineras del candidato a la relección
alusivas a las comparaciones con la España de Rodríguez Zapatero. Bastaba con
recordar la valentía y la determinación que el propio Sarkozy le atribuía para
timonear la crisis. Pero más fácil aún: frescas estaban aquellas vestiduras
rasgadas por un quítame allá esos guiñoles que se mofan del presunto dopaje de
los deportistas españoles. ¡Cómo trocaron aquellas exigencias de entonces!
Entre unas
cosas y otras, el Gobierno sabe que se avecinan tiempos difíciles. Quizá por
ello, ya ha dejado caer el endurecimiento del Código Penal como un aviso a los
navegantes de las calles como escenario de protestas. Sin otro plan de
recuperación económica que el de amnistiar a los defraudadores, el horizonte es
oscuro, tan negro como un desfile de hormigas negras.
Y es que
tenían razón quienes lo esgrimieron: quieren acabar con todo. Da igual que haya
trazos rojos de mayor grosor.
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