Sin
otro ánimo que el de aclarar y evitar que una afirmación se dé por hecha cuando
no es cierta, escribimos hoy a propósito de una información publicada en Diario
de Avisos (miércoles 13 de junio), relativa a las instalaciones edificadas al
final de la avenida Colón, junto a la playa Martiánez, parte de la cual
reproducimos:
“Lo mejor
sería tirar las casetas de Martiánez”. Así de claro se mostró ayer el alcalde
portuense, Marcos Brito, durante una rueda de prensa celebrada en el
consistorio durante la cual manifestó su parecer sobre la utilidad de estas
instalaciones.
Además,
indicó que “ya se ha pedido el permiso a la Dirección General de Sostenibilidad
de la Costa y el Mar y cuando lo tengamos veremos cómo buscar los recursos para
derribarlos, aunque para algunos será una barbaridad”.
Estas
construcciones, levantadas durante el Gobierno de Salvador García (PSOE), han
estado siempre en el debate debido a su supuesta utilidad, rentabilidad e
impacto medioambiental, y siempre han enfrentado al gobierno y a la
oposición…”.
Hemos
de negarlo. Al acceder a la alcaldía, en 1999, ya estaban edificadas, formando
parte de un proyecto de acondicionamiento del dominio público
marítimo-terrestre, financiado con fondos del Estado desde los mandatos
anteriores. Estaban adscritas al objeto social de la sociedad Pamarsa, que las
explotaba.
Desde
las primeras semanas de aquel mandato (1999-2003), ya había opiniones que eran
partidarias de derruir las construcciones y se escucharon voces del sector
turístico con soluciones alternativas. Nos negamos, no sólo respetando la
solución arquitectónica dada, sino tratando de reactivar, desde Pamarsa, el
funcionamiento de las instalaciones, pues entendía que una actuación ejecutada
con fondos públicos no podía ser derribada tan alegremente por apreciaciones
estéticas a poco de ser materializada.
Y
en eso fue lo que nos aplicamos. En acondicionar las instalaciones y
prepararlas para su funcionamiento. Recordamos que en las primeras semanas de
aquel mandato, cuando ya en el lenguaje popular portuense se iban imponiendo
las expresiones ‘búnker’ o ‘gañanías’ para identificarlas, nos reunimos con
empresarios y agentes turísticos, uno de los cuales se mostró claramente partidario
del derribo y su sustitución por una caseta de tipología canaria. En ese
momento y en una rueda de prensa posterior, dijimos con toda claridad que no
nos parecía ético ni consecuente afrontar, por discrepancias estéticas, la
destrucción de una obra recién concluida realizada, además, con fondos
públicos. Y que había que esmerarse en la puesta en funcionamiento para
comprobar si se generaba una actividad que rompiera con las malas vibraciones
que el impacto producía.
Los
técnicos, los responsables de Pamarsa y otros colaboradores se afanaron pero
las características de la localización y la propia distribución interna de las
instalaciones no ayudaban. Mientras los extranjeros parecían sentirse más o
menos a gusto, la población local no las aceptaba, de modo que los atractivos
fueron mermando, principalmente en época invernal.
Y
éste es la historia. Siempre hemos asumido nuestras responsabilidades pero, sin
ánimo de polemizar, hemos de desmentir los hechos que se nos atribuyen que en
este caso no son ciertos ni exactos.
Es
curioso que el actual alcalde diga que tal derribo “será para algunos una
barbaridad”. Lo dejamos ahí.
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