‘Corrupsoe en Miami’, decía un grafito
repetido en avenidas y calles de Madrid durante los años noventa, cuando una
sucesión de escándalos y sospechas ensombrecieron los logros de los gobiernos
de Felipe González. Ahora, apenas
cumplido un año del ejecutivo presidido por Mariano Rajoy, en las redes
sociales circula “Ay, Suiza patria querida!”, una composición interpretada por
Luis Eduardo Aute en el contexto del “Forgesound”, en plena transición
política, para escarnio de quienes padecen los efectos de un episodio lamentable
que, supuestamente, entremezcla la financiación de la organización con
presuntas prácticas políticamente reprobables. Lo de Juan Guerra, hermano del
vicesecretario y del vicepresidente entonces, a quien no pudieron probar
comisiones delictivas, se ha quedado en chiste de Jaimito al lado de cuanto
envuelve el “Barcenasgate”, por citar solo este caso de las sombras -¡y qué
sombras!- que envuelven al partido gubernamental.
La
cuesta de enero se está haciendo insoportable para el Partido Popular. Menos
mal que una situación solapa a la anterior y se difumina ante la incapacidad de
digerir tantos titulares gruesos de tanta información. Y menos mal que aún
queda derechío mediático para mitigar los daños, los directos y los
colaterales, pero, sobre todo, para socializar las pérdidas, es decir, extender
o generalizar los perniciosos efectos de la corrupción política. Cuando es el
PSOE, leña al mono que es de goma. Cuando le toca al PP sufrir “el
comportamiento irresponsable de algunos” (versión oficial que contradice el
buen hacer ensalzado en otro momento), entonces asistimos a un problema serio
de la democracia, del desprestigio de la política y de los partidos, del daño
tan grande que se causa a la convivencia. Se cuidan de no incluir la marca
España, pero… Ya no dispone de muchos recursos para desviar el foco de tamañas
presuntas fechorías pero está echando el resto, aunque no pueda atribuir culpas
a Zapatero y cuente con la sensata colaboración de Felipe González.
Lo
cierto es que, a la espera de que se vayan esclareciendo cuentas,
contabilidades, destinos, métodos, vicios, tramas y anexos, algunos percibimos
que asistimos a una guerra sorda y sin cuartel de dirigentes del partido
gubernamental. Una frase que patentamos hace unos años, en ocasión de un apasionante
debate consistorial, recobra inusitada vigencia: “En la derecha, todos se saben
lo de todos”. Y claro, cuando alguien se ve lesionado o ve peligrar su aparente
integridad, salta la chispa y ya es de difícil control. En seguida hay un
reguero de anomalías -por emplear un concepto benevolente- que suele terminar
en la atribución de culpas a los más débiles. Hace poco que se descubrió -y no
ha sido desmentido- que se espiaban, luego de qué se fían.
Todo
da a entender que estamos ante un presunto caso de financiación irregular que,
en el caso del Partido Popular, hay que identificar con Gürtel. ¿Qué dirán ahora los que ‘crucificaron’ al juez Baltasar
Garzón hasta expulsarle de la judicatura? Porque su señoría se había adentrado,
precisamente, en las cloacas. Con razón no querían que escuchara ciertas
conversaciones. Hay muchos lados oscuros aún en ese caso que ahora, por la
conexión suiza y por otras ramificaciones, barrunta movimientos telúricos.
Aunque por ahora, como se ve, otra frase doméstica se impone: “Al final, nadie
fue”.
Se
cumplen, el próximo mes de junio, diez años de aquella célebre vergonzante ausencia/abstención
de los diputados ex socialistas Eduardo Tamayo y Teresa Sáez en la asamblea de
Madrid para impedir la investidura del candidato Rafael Simancas como
presidente de la Comunidad. Sin querer hurgar en las entretelas de aquel
episodio, sólo había una explicación posible: la que usted, lector, se está
imaginando. Aunque no fuera demostrable.
Desde
entonces, una sombra de suspicacias con disfraz de corrupción política se ha
extendido por la vida política madrileña. Cierto que la hidra o los tentáculos
han ido extendiendo su veneno por otras comunidades y por otras organizaciones
sin que todas las medidas puestas en práctica, incluidas las penalizaciones
judiciales, hayan servido para
erradicarlo.
Sólo
queda el consuelo de afirmar que no todos son iguales. Aunque en eso también la
incredulidad se ha elevado exponencialmente.
1 comentario:
Perfecta fotografía.
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