El más
difícil de los retos que tiene ante sí Pedro Sánchez, el nuevo secretario
general del PSOE, es persuadir, convencer a fieles y a críticos de que su
discurso es consecuente y de que las decisiones que va adoptando como primer
responsable del socialismo español responden a las circunstancias que
concurrieron en su elección y a las que, en un marco general de crisis
política, aún hoy condicionan muchísimo la recuperación de espacios políticos y
respaldos electorales.
A estas alturas, Sánchez debe ser
consciente de que diga lo que diga, haga lo que haga, habrá incrédulos,
militantes descontentos y sectores ciudadanos desencantados. Van a enjuiciarle
por todos lados, no solo desde la hostilidad mediática que seguirá entretenida
con ‘Podemos’, consciente de la rentabilidad electoral que eso le reporta al
Partido Popular (PP). Hace mucho tiempo, por errores propios y porque propinar
leña al socialismo no hace daño y hasta da caché, que las determinaciones de
los dirigentes socialistas son juzgadas implacablemente, casi sin misericordia,
como si estuvieran gobernando.
Por eso, sus primeros pasos han sido
seguidos con interés. Hasta sus gestos. Y sus poses. En algunos de ellos no ha
podido rebasar el listón que los radicales y los más críticos colocaron apenas
una semana después de su victoria. El período vacacional le venía bien, debía
aprovechar el relajamiento derivado para ir abriéndose paso y colocar algunos
mensajes. Hasta para dar sensación, vaya, de que no tomaba vacaciones. O que si
andaba en medio de éstas, oye, pues nada, reuniones con dirigentes
territoriales, sectoriales e institucionales, declaraciones sobre la actualidad
del día y visitas a localizaciones más o menos potentes, especialmente en el
ámbito de los centros de servicios sociales.
Y en ese aspecto, ha cumplido. Se ha
desenvuelto con pasos respetables y estimables, sobre todo a la hora de tomar la
iniciativa, de ponerse por delante del partido gubernamental. Para el aludido y
primordial objetivo de la recuperación, el secretario general de los
socialistas españoles tenía que ser lo más pragmático posible en el sentido de
ofrecer propuestas creíbles y aplicar medidas de la forma más concreta posible.
La creación de un subsidio de cuatrocientos veintiséis euros para desempleados
sin prestaciones y con cargas familiares, por ejemplo, fue una de las demandas
que trasladó al presidente Rajoy antes de que, como Proposición No de Ley,
iniciara su tramitación en las Cortes. No se trata de una concesión a la
galería pues, de prosperar, la medida afectaría a un millón de personas
aproximadamente en tanto que su financiación podría hacerse con cargo al ahorro
de unos seis mil millones de euros que habrá a final del presente ejercicio
presupuestario que el propio Gobierno ha presupuestado en concepto de
protección por desempleo.
Pedro Sánchez, además, ha sido
contundente en su oposición a la pretensión de Mariano Rajoy de elegir a los
alcaldes en la próxima convocatoria de mayo según un nuevo criterio, el de la
lista más votada.
Que cumpliera con lo dicho en la pasada
campaña electoral europea de no votar a Juncker como presidente de la Comisión
Europea (CE); y se siga mostrando crítico con la reforma fiscal del PP, al
tiempo que ofrece una alternativa basada en que debe pagar más quien más tiene
y en una lucha seria y claramente comprometida contra el fraude fiscal, han ido
configurando un liderazgo político al que aún queda la determinación de varios
asuntos orgánicos y atravesar el Rubicón de los debates parlamentarios.
Claro que persuadir, convencer a fieles
y a críticos hasta robustecerse políticamente no resultará un chiste fácil.
Pero ahí estriba la cruda forja de un liderazgo.
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