Volvió a ocurrir. Como en el imaginario del novelista británico H.G. Wells, considerado por muchos como el padre de la ciencia ficción, en su clásico ‘La guerra de los mundos’. Como en la noche del 23-F de 1981, cuando un teniente coronel de la Guardia Civil hizo una intentona golpista desde el mismísimo Congreso de los Diputados, y en sus exteriores se concentraron periodistas y ciudadanos para seguir el relato en las ondas, entre otros, de José María García. Como la locura incontrolada de relatores brasileños ansiosos por contar desde la inmensidad de Maracaná la conquista del Campeonato Mundial de Fútbol en 1950, mientras algunos aficionados de la “torcida” se suicidaban arrojándose al vacío. Como la voz quebrada del presidente constitucional de Chile, Salvador Allende, dirigiéndose al pueblo en pleno fragor del asalto al palacio de La Moneda, en tanto los golpistas ejecutaban su vileza y los ciudadanos que aún resistían y no se lo creían, escuchaban a través de transistores “el metal tranquilo” de la voz del presidente.
Episodios para la historia. Que se ha enriquecido con los vividos en Madrid y otras muchas ciudades españolas durante el insólito apagón experimentado durante el pasado martes. Grupos de personas se concentraron en plazas céntricas, en paradas de autobuses, en bares y terrazas, como si los círculos se conformaran con naturalidad, una inexplicable inercia natural tratando, simplemente, de saber qué estaba pasando o si había alguien capaz de ofrecer una explicación causal y coherente. Los círculos fueron creciendo, cada vez más. Se hicieron numerosos. A todos los que se acercaban, gentes de toda condición, interesaba la voz inconfundible, el sonido prototípico del medio universal, del que se abría paso en el silencio y la confusión, en la jungla de las incógnitas. En efecto, en el centro de los ciudadanos ansiosos, desconcertados y expectantes, hay una radio.
Cuando la luz se apagó en la Península Ibérica, se encendió la radio. No cualquier radio. Era la de siempre, la de antes, la que muchos guardan en un cajón o tiraron en la última limpieza. Esa que las abuelas ponían bajo su almohada, la que coronaba nuestras cocinas y en la que muchos de nuestros padres preferían escuchar cantar los goles. El transistor a pilas, pero también el ordenador portátil -es que la radio también se escucha por la wifi, o sea, por la red- se convirtieron el lunes pasado en el centro de muchos corrillos, surgidos de manera espontánea en distintos puntos de Madrid, Barcelona y otras ciudades afectadas por el corte masivo de electricidad. Decenas de vecinos, centenares, ansiosos por encontrar información sobre lo ocurrido, se arremolinaban en torno a quien salía a la calle con un aparato o un receptor. Hasta el suelo de una plaza céntrica servía de simple escenario: una radio conectada a un altavoz. ¿Para qué más?
ElConfidencialdigital publicaba ayer una información sobre los aumentos de la audiencia de la radio el día del apagón. La radio fue la salvación informativa, destaca. Las ventas de radios portátiles se dispararon y las búsquedas ‘online’ de “radio a pilas” y “transistor barato” se multiplicaron. En cuanto al ‘streaming’, según ha podido saber este digital, la COPE cuadruplicó su tráfico habitual pasando de cifras residuales a un consumo en línea cuatro veces superior al de un día normal. Según los datos históricos ayer fue récord absoluto de usuarios únicos diarios de COPE en ‘streaming’ con 1.714.829.
Este histórico apagón, en fin, ha vuelto a demostrar que la radio analógica (FM/AM) y el ‘streaming’ son esenciales cuando fallan Internet y la televisión. Volvió a ocurrir. Expertos en comunicación de crisis consultados lo llaman ‘el nuevo Día del Transistor’, retomando la histórica dependencia del medio en momentos de emergencia.
1 comentario:
Así es, la radio de pilas, nos acompaña siempre. A mí me gusta escucharla . Gracias .Buena y necesaria reflexión.
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