Lo más probable es que no pase nada, que
todo se consume con arreglo a los designios de los gobernantes de turno que
salen de rositas, por cierto, en procesos sumamente delicados: a fin de
cuentas, ésta es una ciudad en la que se destruye empleo público y los
damnificados apenas esbozan un gesto de rechazo. Lo más probable es que toda la
disconformidad se agote en comentarios que circulen en redes sociales (¿Han
leído ustedes muchas opiniones oponiéndose a la supresión de bonificaciones fiscales y al incremento
desmesurado de tasas o tarifas, ni más ni menos que un 83%?). Lo más probable
es que la población termine igual de resignada, como si esto no fuera con ella
o como si le diera exactamente igual que se cuestionara su valía, sus
aptitudes, su sensibilidad y su capacidad para defender valores propios, lo que
tanto ha costado a varias generaciones.
Todo
esto, a cuenta de la futura concesión administrativa que el Ayuntamiento
producirá del complejo turístico “Costa Martiánez”, esto es, el Lago e instalaciones
englobadas. Concesión administrativa equivale a gestión indirecta y ésta, en
lenguaje coloquial, se entiende como privatización de los servicios que desde
la titularidad municipal se quiere prestar. Un concurso público para adjudicar
la gestión de los servicios de acceso, prestaciones y mantenimiento del
complejo.
O
sea, que los portuenses no sabemos hacer ni esto último. Tienen que venir de
fuera, tienen que ser empresarios privados quienes lo hagan. Y duele, vaya que
sí duele. No es localismo de campanario ni chovinismo: hasta asumiendo los
errores propios, esa decisión de privatizar es objetable. Hay que huir del
tentador ‘¡que se fastidien’! pues no han sabido defender como tenían que
haberlo hecho lo que es de todos, lo que ha sido de todos, lo que comúnmente se
conoce como la ‘joya de la corona’, por los valores que entraña. La playa
arrebatada en su día al pueblo, transformada en una de las infraestructuras más
productivas, poderoso sostén de la economía municipal, actualmente la tercera instalación más
visitada de la isla, la obra de un artista genial, fuente de trabajo y de
riqueza, soporte indiscutible durante muchos años de la proyección turística de
la ciudad, va a quedar en manos privadas.
Nos
hemos opuesto y seguiremos oponiéndonos. En mayo de 1997, después de aquella
insólita censura, estando en la oposición municipal, en una entrevista
concedida a Diario de Avisos, cuando
Agustín González preguntó ¿Qué le parece
la idea de privatizar el complejo turístico Costa de Martiánez?, respondimos
(textual):
“Hace
varios meses que dijimos que la situación del complejo es difícil de sostener y
aportamos la solución inicial de constituir una comisión para estudiar
soluciones. La rechazaron. Lo que no puede ocurrir es que tales soluciones pasen
únicamente por el incremento de las tarifas a los usuarios, como aprobaron en
el pleno de las ordenanzas. El complejo tiene que ser competitivo y hay que
hallar aportaciones imaginativas, sin olvidar el concurso activo de Pamarsa.
Hay alternativas a la privatización que, dicho así, parece un recurso a la
desesperada. El Lago es viable económicamente: puede generar un volumen de
ingresos superior a los gastos potenciales, de tal forma que contribuya a
aligerar la presión fiscal de los portuenses o a generar una mayor inversión
pública”.
La
declaración, en buena medida, es premonitoria. La idea de desentenderse de la
gestión rumiaba desde entonces en las mentes de los gobernantes, buena parte de
los cuales son los mismos que en la actualidad. No se atrevieron, pese a
disponer incluso de pliegos de condiciones preelaborados. Lo impedimos en el
último momento, con un discurso consecuente y nada demagógico, con el que
pudimos constatar, por cierto, la indiferencia de trabajadores y cooperativas.
No importó: estaban –y están- en juego el patrimonio de los portuenses, unos
cuantos puestos de trabajo –se repite la cantinela, por cierto, de que es lo
que van a salvar, pero ¿no fue la que escuchamos en procesos privatizadores
anteriores?, ¿se cumplió ese objetivo? ¿a qué no?- y hasta el prurito de
defender lo que es de todos, siquiera para que no se ponga en tela de juicio
que los portuenses no sabemos vender localidades, colocar hamacas, distribuir
sombrillas, ser amables, comportarse profesionalmente y mantener las
instalaciones en las más dignas condiciones.
Desde
entonces, cada vez que ha resurgido el planteamiento privatizador, hemos
expresado nuestra opinión. Contraria, claro. El Lago, de todos: era un mensaje
nítido. Ni indolentes ni indiferentes, reforzamos. Y la
hemos acompañado siempre de una alternativa para que se compruebe que ni
estamos obcecados ni somos enemigos de la iniciativa privada. Pero, ¿por qué no
una empresa mixta, en la que el Ayuntamiento conserve la mayoría de la
participación y se posibilite la aportación de firmas privadas, especializadas
a poder ser, que garanticen, para determinados fines, la profesionalidad de los
servicios que presten? Pero, ¿por qué no?
No
sabemos si habrá respuesta en esta ocasión. Echan la culpa a normativas estatales
pero que no lo esgriman como argumento porque suena a percha de la que
fácilmente colgarse. Si antes de estas leyes, ya querían, es fácil colegir que
los soportes legales dieron alas. Mejor sería reconocer haberse desentendido
del complejo en cuanto a su gestión se refiere, no cuidarlo, dejarlo fenecer
lentamente, propiciando de paso vicios y falencias, desidias e incumplimientos.
Dejaron de pulir la ‘joya de la corona’. Esto es, sencillamente, lo que ha
ocurrido. Y ahora se quiere que vengan otros a aprovecharse: parece que estamos
oyendo el debate que aún no se ha iniciado: que si el pliego, que si el cánon,
que si unidades de explotación, que si los trabajadores, que si la inversión se
eleva, que hay que dejárselo a tal marca, que hay que poner más atracciones… O
sea, el bla, bla, bla de casi siempre
en la ciudad donde antes había debate y ahora parece que la anestesia
predomina. O lo que es igual: indolencia e indiferencia.
Lo
peor es que si se consuma, ya no queda nada que privatizar. O ya nada será
enteramente de los portuenses.
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