Cesa en estos días
Fernando Senante al frente de la gerencia del Consorcio de Rehabilitación
Turística del Puerto de la Cruz, un organismo que agrupa a cuatro
administraciones, concebido en su día para la revitalización de los denominados
destinos turísticos maduros. Entre ellos estaba el Puerto de la Cruz.
Lo tuvimos claro desde el primer momento. Aún no se había
declarado la crisis. El sector privado local seguía igual de aletargado, de
modo que solo la inversión pública podía materializar cualquier intento de
mejora de la oferta, al cabo de un largo ciclo de desgaste que se enfrentaba,
además, no ya a destinos emergentes sino a las potencialidades de éstos en
formas modernistas e innovadoras.
Tan claro estaba que fuimos los primeros en señalar que el
Consorcio era la última oportunidad, el último tren al que subirse para huir
del marasmo, para avanzar, en el caso portuense, no a un esplendor pasado, sino
a un futuro por escribir, lleno de posibilidades a poco que hubiera
racionalidad y voluntad clara de optimizar recursos desde el entendimiento
entre las administraciones públicas y la iniciativa privada. El Consorcio
aparecía, además, con recursos económicos, luego se trataba de hacer las cosas
con fundamento, con un mínimo de pragmatismo que fuera apreciado por el sector
turístico local.
Lo escribimos también: no se trata de que el Consorcio viene
para resolver los problemas enquistados. Era cuestión de creérselo: el actual
gobierno local, abducido por el recelo político, no tuvo demasiada fe ni puso
demasiado empeño. Por fortuna, las medidas que iba adoptando el Consorcio
empezaron a persuadir: no era lo mismo de otras veces, una música que ya los
hoteleros y profesionales conocían y no les motivaba. Paulatinamente fue
presentando credenciales: planes, programas, actuaciones… Hizo que la gente se
sintiera implicada y se pasara del escepticismo a la esperanza fundada. Que se
hablara con rigor de planificación urbanística, de iniciativas de promoción y
de opciones de proyección de un destino turístico con un valor incalculable de
marca, ha servido para valorar el Consorcio como quizá ni alguno de los propios
integrantes esperase.
En todo eso ha estado Fernando Senante, que se tomó muy en serio
su tarea desde el primer día en unas dependencias liberadas en el antiguo
Casino Taoro. Partía bajo mínimos, sin exageración: los recursos humanos
indispensables, las posibilidades de proyectar el trabajo muy condicionadas,
implementar un sistema novedoso y participativo… Se rodeó de buenos técnicos,
conocedores de la realidad turística portuense. Empezó a reunirse, a explicar,
a escuchar, a dimensionar… natural, la labor de un gerente, se dirá. Pero de un
gerente que se identificó con los fines para los que había sido concebido un
Consorcio. Se comprometió con una tarea que, en el fondo, era todo un reto:
levantar el Puerto de la Cruz, revitalizar su condición de destino turístico
diferenciado.
Fue consciente, desde el primer día, de que no iba a ser fácil.
Pero su tesón podía más. Le valía una contrastada experiencia profesional. Y
aún más: una sensibilidad fuera de lo común que le hizo entender lo portuense,
el espíritu de la Ranilla, la singularidad de una población que comienza a
apreciar sus valores etnográficos y patrimoniales. Ahí estuvo siempre atento a
cualquier manifestación, preocupándose personalmente, con la caballerosidad que
le caracteriza, de precisar, matizar o corregir alguna información publicada y
que andaba preña de inexactitud.
Senante deja el Consorcio pero deja también una huella. Deja el
sello de un profesional comprometido que seguro va a seguir amando el Puerto de
la Cruz, tan solo para contrastar que los frutos de su gerencia van a ser
ponderados como se merece. Una gerencia que, en general, ha sido complicada y
para la que no contó, seguramente, con todo el respaldo y toda la convicción de
quienes tenían que prestar.
Pero nadie le discutirá ni la entrega ni la visión ni la
capacidad. A ver si quienes toman las riendas continúan con estas mismas
cualidades.
Suerte, ‘Nano’.
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