Nos obsequió con su
conversación siempre amable y seductora muchas tardes, cuando venía al Puerto,
con Delia, su compañera indispensable.
Se sentaba allí, en La Fragata, embutido
en su vestimenta británica, en las cercanías del muelle, frente al mar, a verlo
y olerlo, a dejar reposar su fertilidad de ideas, a inspirar salitre y maresía
para nuevas estrofas y nuevos relatos.
Allí estaba el gentleman,
siempre elegante, observador y atento, fumando en pipa, preguntando por los
proyectos, por las innovaciones. Y conservando en la memoria los antecedentes
de la presencia británica en la ciudad. Siempre, la suya, una expresión
racional y sosegada, con licencia para la nostalgia y con apertura a horizontes
prósperos en todos los órdenes.
Carlos, Carlos Pinto Grote, era psiquiatra. Impenitente
lector. Y un creador literario de postín. Fue Premio Canarias de Literatura en
1991. Frente al mar portuense, con su ale
negra, saboreada con sosiego, la mirada atenta del intelectual que no
alardeaba. Y en su casa lagunera, donde también nos encontramos, la sabiduría y
la visión crítica del autor que vivió como quiso en defensa de las libertades.
Tolerante,
respetuoso, inquieto… Sobre su inconfundible barba blanca, alisada con esa
flema británica, descansaba la mesura sutil de quien dice adiós despacio y en
silencio.
Carlos
Pinto Grote, médico y literato. Una figura inolvidable.
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