Fue el suyo un discurso de
altura, una pieza impregnada de la sensibilidad que se corresponde con la
personalidad de la autora, tan sutil y tan llana a la vez para transmitir el
mensaje de lo que somos y de lo que aún no somos, de nuestra aspiración
identitaria y de nuestro quebradizo bagaje cultural.
Cecilia Domínguez Luis hizo una primorosa reivindicación de
la cultura tras recoger su premio Canarias de Literatura en un teatro Guimerá
que desprendía inevitables aromas de despedida. Seguro que otros autores
reflexionaron antes sobre nuestra forma de ser pero su texto, con un
preludio/advertencia muy apropiado para entender el significado de las ideas
que desgranó, sonó fresco, como si de una apelación dicha por primera vez se
tratare.
Domínguez, en efecto, sumó su voz a la de quienes
hicieron lo que estuvo a su alcance en cualquier faceta creativa para que la
idiosincrasia de los canarios resultara un hecho palpable, para que conviviesen
en libertad con tal de que sus avances no se detuviesen y su unidad como pueblo
constituyera la base firme de sus avances sociales.
Lo hizo como los poetas que, en su distancia o en su
cercanía, interpretan la realidad que nos envuelve. Con delicada rotundidad.
Era como si desnudase las carencias, el queremos pero no podemos, el nos queda
tanto por recorrer, el seguimos necesitando de formación más que de impulsos,
el desapego y la indolencia. Cecilia Domínguez Luis, a propósito de la cultura,
mostró sin reservas un diagnóstico: “Llevamos unos cuantos años asistiendo a su
trivialización. Vivimos la cultura de lo superfluo, de lo banal, donde solo se
valora aquello que es útil económica o políticamente. La reflexión, el
pensamiento, se ha visto relegado a un segundo término, por esa necesidad de lo
inmediato y de lo efímero”.
Y
así ha ido creciendo y evolucionando nuestra autonomía, incapaz de liberarse de
ciertos ombliguismos y complejos. Y que parece que vino a descubrir el domingo
electoral las imperfecciones de su sistema electoral. Fue el de Cecilia un
alegato contra lo acomodadizo (la excusa del tiempo, tan frecuente y
recurrente), haciendo ver que ya está bien de descansar la responsabilidad en
terceros, que somos nosotros mismos, como seres de una comunidad, como sujetos
activos de la misma, quienes debemos promover todo lo que nos aleje de
conformismos, de pleitismos trasnochados, de individualismos y de resignaciones
plañideras.
La
autora orotavense, con la austera generosidad de poetisa, fue concatenando las
frases y los versos de quienes la precedieron en la modalidad de su galardón,
para volver a unos orígenes que trascendieron la condición de lemas o de
eslóganes casi: Canarias sigue siendo posible y necesaria, vertebrar y
cohesionar son aún verbos por conjugar con hechos tangibles. Los riesgos de
papeles inservibles y de la hojarasca y de que lo gris se salga con la suya
están ahí, a la vista, como prisioneros sin muchas ganas ya de liberarse. Por
eso, cuando Domínguez abogó por una cultura comprometida con su tiempo,
aspirante a la universalidad desde su territorio, estaba haciendo una sugerente
invitación a enriquecer nuestro acervo para trazar un horizonte común al que se
llega por caminos de esperanza.
Ella
sigue teniendo la mano en la mar.
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