Un
tropezón cualquiera da en la vida, se decía otrora, cuando alguien,
de intachable trayectoria, cometía un error inesperado, impropio; o
cuando un equipo deportivo de trayectoria regular o positiva veía
frenada la misma por un empate o una derrota que no entraba en el
guión. En realidad, es el título de una película argentina en
blanco y negro, dirigida por Manuel Romero, estrenada en enero de
1949 y protagonizada por Alberto Castillo y Virginia Luque.
No
ha tenido un debut feliz el ministro de Cultura, Iñigo Méndez de
Vigo, ahora portavoz del Gobierno, en su comparecencia tras la
reunión del gabinete. No han hecho sangre los medios -¿qué hubiera
pasado si el patinazo lo hubiera protagonizado un político de otros
signo?- acaso porque un tropezón cualquiera da en la vida de
ministro. Un desliz. Ya saben: errare
humanum est.
Doble
patinazo por cierto. Primero, atribuyendo a las composiciones de
Leonard Cohen una capacidad danzarina absolutamente desconocida: “Con
sus canciones hemos bailado muchas generaciones de españoles”,
afirmó. La conclusión parece sencilla: el ministro no sabía quién
era Cohen. Los temas del autor canadiense, “el trovador de la voz
cavernosa”, como fue calificado, no eran, precisamente bailables.
Después,
cuando le pidieron opinión sobre el fallecido Perico Fernández, el
púgil aragonés que fuera campeón del mundo de los pesos ligeros,
se confundió y soltó unas impresiones de juventud atribibuibles a
Pedro Carrasco. Cuando le hicieron ver el error, el ministro Méndez
de Vigo precisó sobre la marcha en su cuenta de twitter.
“La
memoria -dijo- me ha hecho una trastada y confundo a dos Pedros.
Ambos grandes deportistas. Todo mi afecto”.
Probablemente,
el ministro ya habrá escuchado el mismo consejo: antes callar que
incurrir en un equívoco o aportar una valoración errónea. Hay que
asegurarse y hablar con propiedad. ¿Se acuerdan de Esperanza Aguirre
con “Saraqué...”
o
su probado desconocimiento de Santiago Segura? No ha sido un buen
arranque el del ministro, aunque ya cargará con la anécdota el
resto de su vida. Y es que cualquiera da un tropezón.
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