¿Qué
fue más interesante: la hipótesis de John Lucas Carruthers o la
brillante y sugerente exposición que de la misma hizo el profesor
José Carlos Guerra Cabrera? La expectación se palpaba en el
Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC) a medida que
Guerra, quien fuera director general de Educación Educativa del
Gobierno de Canarias, iba desgranando las claves de La pirámide
olvidada (Jardines de
Sitio Litre S.L.), el libro de Lucas que pretende arrojar “alguna
luz sobre uno de los mayores y más antiguos misterios del mundo”.
La
obra, dedicada a sus cuatro nietas (Adriana, Kristin, Emma y Olivia),
está dividida en catorce breves apartados y es el fruto de los
estudios y las indagaciones de Lucas, iniciadas -puede que sin
querer- cuando, avanzado el mes de diciembre de 1961, a bordo del
navío en el que viajaba a Tenerife desde el Reino Unido, a la luz de
un atardecer, descubrió la masa alba y piramidal del pico Teide.
Ese
es el desencadenante de este trabajo, elaborado en paciente silencio
y sin alharacas, “por un anglocanario, con nuestro acentro”, como
le definiera Guerra en su presentación, antes de referirse a un
recinto histórico del Puerto de la Cruz, el Sitio Litre, propiedad
de Lucas, un lugar de encuentro de la botánica y la cultura. Citó a
ilustres visitantes que dejaron allí huellas de su saber. John
Lucas, entregado a la geografía y la historia, ya publicó hace diez
años un relato interesantísimo e imaginativo, Camino a la
eternidad, en el que ya
anticipaba movimientos e inquietudes de los egipcios de dos mil
seiscientos setenta años antes de Cristo.
José Carlos Guerra fue desgranando elementos que
sustancian la teoría de Lucas, que agradeció a Emilio Abad Ripoll
la traducción de los textos. Las poderosísimas creencias de los
faraones, la piedra caliza blanca con la que originariamente
construyeron las pirámides y la explicación más comúnmente
aceptada: la del montículo primitivo levantado desde el gran
océano... El Teide nevado pudo haber sido visionado por bereberes
que luego atravesaron el norte de África y transmitieron o plasmaron
sus impresiones, ya en Egipto. La hipótesis de Lucas: los cuerpos
debían descansar en el interior de construcciones similares a la
forma teideana. Es, según Guerra, plausible y verosímil. Para ello,
sigue desmenuzando factores: la desertización de vastísimas
extensiones del norte continental africano, un territorio más frío
y más verde, la posibilidad de que el pico fuera visto desde
Lanzarote y Fuerteventura durante épocas de bonanza, atravesar el
brazo de mar de noventa y seis kilómetros...
El
profesor Guerra siguió cautivando a medida que desglosaba estos
elementos: se puede datar presencia humana en las dos islas citadas
dos mil años antes de Cristo. Si se repasan las montañas de esos
espacios, no se encuentra otra similar nevada. Herodoto recorrió el
cauce del Nilo. La tumba de Keops se encuentra debajo de la pirámide.
El segundo faraón de la cuarta dinastía quiso que la tumba
estuviera rodeada de agua. En la más antigua teología egipcia, los
dioses, espíritus buenos y malos, vivían en los árboles, en las
piedras y en las montañas. Monte Manu, el lugar donde el dios
Ra era engullido todas las noches. Coincide que el Teide, Tenerife y las
Canarias están en la misma latitud que Giza, Saqqara y Menfis.
Más
datos para sustanciar la hipótesis: la presencia en las islas, a
principios de los cincuenta del pasado siglo, del profesor alemán
Frederick Everard Zeuner, sorprendido con los restos hallados en
cercanías de los enterramientos guanches de la cabra de la raza
'mamber', que solo vivió en la Edad de Bronce en al antiguo Egipto y
en Palestina. Zeuner estudió los ídolos religiosos y sellos
guanches que se conservan en el Museo Canario: las similitudes de
algunos rasgos con los predinásticos egipcios también hacen
concebir alguna relación.
José
Carlos Guerra finalizó diciendo que “la hipótesis es fascinante y
no acierto a ver nada que la haga imposible. Hay muchos elementos
favorables. Desde luego, si en el futuro aparecen nuevos datos, John
Lucas pasaría a la historia por haber hecho una aportación tan
importante”.
El
caso es que, después de la publicación del libro, La pirámide
olvidada quizá no lo sea
tanto.
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