Cuando despertábamos a la democracia, cuando empezamos a entender que había convivencia plural más allá de las férreas murallas de la dictadura franquista, surgió aquella asonada que acababa con la esperanza de un pueblo que había decidido abrir una vía democrática al socialismo. Para los malos universitarios de entonces, aquello fue todo un descubrimiento: un presidente constitucional, democráticamente elegido, caía, moría, porque el Ejército de su país, que hasta aquel momento había tenido un comportamiento respetuoso, subordinado y leal, protagonizaba un golpe de Estado para iniciar, con la connivencia del todopoderoso yanki, un período oscuro, criminal, traumático y represivo que duró casi diecisiete años.
La patria chilena de Pablo Neruda, de Víctor Jara, Quilapayún, del militar y político Bernardo O’Higgins, de Violeta Parra y del primer presidente socialista salido de las urnas, Salvador Allende, se siente desde las páginas iniciales del libro que hoy presentamos, ‘El poeta que allendó a Pinochet’, original de Natalia Jiménez, para transportar al lector desde Canarias a Santiago y de Chile al mundo.
La asonada de Pinochet marcó un antes y un después en el devenir de las libertades, los derechos y la democracia en todo el mundo, sobre todo, tras la muerte por un disparo de Allende. Como bien resalta la autora: “Allende no se suicidó, lo suicidaron”.
En este libro se narra en más de trescientas páginas, los días posteriores al golpe, y cómo Juan Jiménez, padre de Natalia, uno de los autores más destacados de su generación (Poesía Canaria Última), se ocultó en casa de una familia chilena ante los riesgos del toque de queda militar, a la espera de la reapertura del aeropuerto de Santiago y el restablecimiento de los vuelos internacionales.
Juan Jiménez había militado, desde la clandestinidad, en el Partido Comunista, y había contribuido a la constitución en las islas del Partido Comunista Independentista de Canarias, una ficha ideológica que lo convertía automáticamente en sospechoso del régimen pinochetista.
Sin embargo, lejos de sentirse amedrentado, Jiménez, que ya había alcanzado notoriedad como escritor con títulos como ‘Canción necesaria con María C.’ o ‘Y no es por el peso del sol por lo que cae’, no se personó solo en el aeropuerto. Dio un paso heroico al improvisar cómo subir al avión de vuelta de la compañía Iberia, llevando consigo a dos personas más amenazadas de muerte.
Nadia Jiménez desvela, por vez primera, todos los detalles de aquella operación salvadora y vivífica, que incluye episodios inéditos de Juan Jiménez, nacido en Carrizal en 1940 y fallecido en Las Palmas en 2019. En la novela, presentada como crónica poética, destaca también el rol de esperanza permanente de su esposa, la pintora María Castro (1943-2023), cuya intuición se superpone a los diez mil kilómetros que separan Canarias de Chile para saber, desde su casa en la calle Pura Bascarán, en Santiago capital, que la angustia por los días de incomunicación se transformarían en un recibimiento heroico pero tan discreto como desconocido. Hasta ahora. María Castro (María C.) jamás dejó de escuchar a Violeta Parra, y al escritor y compositor argentino Horacio Guarany y, sobre todo, a Víctor Jara, a la espera del regreso de su marido, el poeta, el héroe anónimo que un día viajó a Chile con la libertad bajo el brazo y se encontró con un golpe que duró década y media. Y María C. escuchó y tarareó la música de Víctor Jara, el cantautor cosido a balazos (43 disparos) y torturas (medio centenar de fracturas en su cuerpo magullado hasta el espanto) por los militares y al que la historia le ha hecho justicia convirtiéndolo en leyenda.
Nadia Jiménez es hija de Juan Jiménez y de María Castro. Relata que su padre salió distinto de Chile aquella mañana cualquiera del mes de septiembre del 73, tras el golpe de Estado de Augusto Pinochet. La escritora, cuando ya han pasado más de cincuenta años de aquel estruendo, de aquel ‘chilecidio’ si permiten ustedes el término, se propone rescatar aquellas otras pequeñas pequeñas historias con rostro individual. Las de los sueños truncados con nombre propio que, sin embargo, lograron un mañana. Juan Jiménez soñó tanto la vida, que ya no quiso el sueño, sino vivirla. El poeta isleño salió distinto y ya jamás regresó a Chile. Pero lo llevaba dentro, bien adentro de él. Guardado en uno de sus muchos silencios, de esos a los que acostumbraba cíclicamente. Juan Jiménez tenía el corazón "allendado" para toda la eternidad. Pero no vino solo.
El periodista y crítico Javier Doreste publicó en el periódico La Provincia el pasado mes de noviembre que “Jiménez ha escrito un hermoso libro. Parte es memoria de infancia y adolescencia y parte homenaje a la figura de sus padres. Cargado de poesía contenida, sin caer en el aspaviento, se ciñe al salvaje relato de los crímenes cometidos a partir del once de septiembre de 1973 por los militares chilenos; cuando fueron organizados y dirigidos por la CIA, el futuro premio Nobel Kissinger y el corrupto presidente Nixon”.
La autora logra -expone Doreste- pese al horror de lo que cuenta, huir de los tópicos acostumbrados y escribir una hermosa historia de amor de múltiples facetas. El amor entre sus padres, el amor por el Chile de Allende, aquella hermosa esperanza asesinada como título el periódico comunista L’Humanité, el amor por las palabras como vehículos de libertad y razón, sentimiento y pasión.
Pero todavía no ha llegado ese momento. Por ahora el poeta se encuentra con amigos, los periodistas, entre otros, Carlos del periódico El Andino y Luis Eduardo, editor de la revista Chile Nuevo. Ambos desaparecerán. El cuerpo de uno de ellos, torturado, se encontrará lejos de Santiago, en un cerro, con otras víctimas del horror.
Juan no sabe nada ellos por el momento. Organiza su regreso, es un poeta marcado por el franquismo y Pinochet es un admirador declarado del dictador español. Pero el poeta hace algo más que organizar su viaje. Prepara la salida clandestina de Chile de dos hermanos marcados por los asesinos, Lucho y Gisela, buscados como sus compañeros encerrados en el estadio y en tantos centros clandestinos de detención y tortura. Juan Jiménez se la está jugando. Aprovecha su posición de empleado de Iberia, la compañía aérea de bandera, para introducir a los dos hermanos en el avión, ante las mismas narices de los milicos encargados en el aeropuerto de impedir ese tipo de cosas. Y lo logra. Si lo hubiesen descubierto es posible que nunca hubiese regresado a Canarias.
Algunas páginas cuentan la tensa espera de la familia en Las Palmas de Gran Canaria. No saben nada de lo que pretende el poeta, de su acción salvífica. Ella es una niña cuya madre, María C. entretiene con canciones. Eso sí, recuerda las conversaciones nocturnas de los poetas, en el piso familiar, la ventana cerrada, pese al humo de los cigarros, por si alguien está escuchando lo que no debe.
Hasta que llega el padre con los exiliados y una maleta que no tiene ropa y está cargada de libros y cintas con el último mensaje de Allende desde el palacio de La Moneda. Todo lo cuenta Nadia con una prosa elegante, que nos lleva como si escribiera versos y cuando cerramos el libro pensamos en la heroicidad que no conocíamos del poeta, en las vidas que salvó, los riesgos que corrió y cuanto le debemos por sus versos como tanto le debemos a Nadia por este hermoso libro, una historia escrita en clave poética.
En un curioso juego de palabras acorde con el título de esta obra, en el magazine radiofónico ‘El espejo canario’, se dice algo así como “La escritora que ‘jimenó’ a Canarias” y es que Natalia “ha resuelto de forma brillante su tarea más complicada: un homenaje al compromiso vital de sus padres”.
El caso es que, siguiendo lo difundido por ‘El espejo canario’, estamos ante “un texto que es a la vez prosa, verso, crónica, reflexión histórica; trenzada con el hilo trágico de un acontecimiento colectivo, coral, político, y el relato más íntimo de la vida familiar, doméstica, del recuerdo más nimio que en la memoria de una niña, la propia Nadia, es inmarcesible, no marchita nunca”.
¿Verdad Nadia?
Las palabras de Federico González Ramírez, profesor de Sociología de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y periodista con el que coincidimos varias veces durante nuestra estancia en la Delegación del Gobierno, son muy válidas para explicar hasta el título del libro.
“Para finalizar -escribe- regreso al regalo polisémico que nos hace Nadia Jiménez desde el título de su obra, ‘El poeta que allendó a Pinochet’, ese hallazgo sintético, musical, atractivo y tentador que, para mí, es como otro juego infantil, una especie de cubo de rubik conceptual, al que podemos dar vueltas y más vueltas y encontrarle múltiples significados. Nadia convierte en verbo el sonoro apellido de Salvador Allende. La primera tentación es la de acudir a la acepción canónica de allende, más allá de, y cómo Juan Jiménez logró llevar más allá de la cárcel en que Pinochet convirtió a Chile a dos de sus potenciales condenados”.
“Pero voy a proponer -prosigue- otra posible interpretación más amplia: la bonhomía, la valentía, el coraje y la ternura de Juan Jiménez es la encarnación de lo que proponía el proceso democrático chileno y Allende para su propio país y para su continente entero. La victoria de Juan Jiménez, de Gisela y Lucho, es ínfima alegría en el mar de vidas cercenadas, pero es la de miles y miles acciones en el tiempo, aparentemente insignificantes, que fueron logrando allendar a Pinochet, ganarle la batalla en nombre de Allende y de aquellos a quienes representaba: Juan Jiménez allendó a Pinochet porque, en su lucha diaria, logró la prevalencia de los principios que Allende representaba”.
En suma, un libro para leer despacio, para emocionarse, para imaginar y trasladarse a escenarios y para entender lo que es una epopeya.
(Texto leído en la presentación de la obra de Nadia Jiménez, que tuvo lugar en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC) el jueves 28 de enero de 2025)
No hay comentarios:
Publicar un comentario