Es cierto que el Puerto de la Cruz le concedió su dorado
galardón y que uno de los centros escolares de la ciudad lleva su nombre pero
su inmensa obra, especialmente el complejo turístico “Costa Martiánez” (Lago) y
playa Jardín, merece un permanente tratamiento de cuidado y mantenimiento si es
que queremos entender de verdad lo que es la sostenibilidad, vocablo que cuando
César Manrique eclosionaba aún andaba en pañales, y si es que queremos identificarnos
con el patrimonio que confiere una personalidad o presumir de él como lo harían
en cualquier ciudad del mundo. Eso y la dotación de un museo o similar que
recoja hitos y testimonios secuenciados de la creación manriqueña en el
municipio. El Consorcio de Rehabilitación Turística, a propósito, tiene
recogidas entre sus actuaciones futuras la apertura de un espacio subterráneo
en la avenida Colón, en el interior del complejo y sólo hay que congratularse
de la iniciativa que promovimos hace ahora diez años.
Esa es una
de las conclusiones obtenidas sobre la marcha del coloquio posterior a la
proyección de la película “Taro, el eco de Manrique”, acto convocado por
“VecinosxelPuerto” con motivo del vigésimo aniversario de su fallecimiento en
jun desgraciado accidente de circulación. Acompañamos a Rafael Díaz, director
pedagógico de la Fundación que lleva el nombre del artista lanzaroteño; José
Luis Olcina, ingeniero que, junto a Juan Alfredo Amigó, interpretaba sus sueños y los plasmaba sobre
la realidad física; y Juan José Sánchez, profesor universitario comprometido
con las causas del ecologismo y el medio ambiente. Intercambiamos criterios en
torno a la presión y los límites del territorio, la actitud ética y el abrazo
estético, la búsqueda de la excelencia a partir de la intervención apropiada y
el respeto sublime a los moldes naturalistas, el rechazo a los especuladores y
la destrucción…
En medio de
todo eso estaba Manrique. El eco nos llega ahora, con el largometraje
documental cuyo visionado tuvo algunas anomalías técnicas que no mermaron, en
todo caso, el excelente acabado de Miguel García Morales y su equipo. Que no se
preocupe el director por la amargura: la filmación hubiera hecho honor a
cualquiera de la sección oficial de las ediciones del Festival Internacional de
Cine Ecológico y de la Naturaleza que contó con carteles anunciadores de César
y con sus aportaciones contrastadas con Petra Kelly, la líder de los Verdes
alemanes que recaló también en aquella malograda cita cinematográfica.
En la
película queda claro que la de César fue una revolución artística y cultural.
En el caso del Puerto de la Cruz transformó una ciudad y dejó un sello
indeleble. La otra revolución, la medioambiental, quedó sin completar. A los
seguidores faltó el entusiasmo que él lució y puede que mayor compromiso. Rebelde, díscolo,
inconforme, valiente, osado, creador revolucionario… su eco, veinte años
después, sigue retumbando.
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