La
suya era una velocidad distinta. Que se lo pregunten a Eladio, aquel lateral
zurdo del F.C. Barcelona, que le marcó (¿le marcó?) en aquel inolvidable
mediodía carnavalero en el “Rodríguez López”, victoria del Tenerife (4-1) en un
amistoso que sirvió para terminar de convencer a los técnicos del club catalán.
Juanito
hizo diabluras. Le hizo “arrojar” al defensor. Le quebró la cintura, dirían los
chicos de hoy. Le hizo sudar sangre, también. Y es que, dotado de un prodigioso
sentido de la verticalidad, reveló, en ese partido y en muchos otros, su
capacidad de desborde, su regate seco y desbaratador de todas las vigilancias
por férreas que fuesen. Semanas después, marzo de 1972, siendo Marinus Michels
entrenador del equipo blaugrana, debutaba en San Mamés, ocupando la plaza de
Carlos Rexach. En el Barcelona, llegaría a compartir dupla atacante con José
Antonio Tigre Barrios, otro tinerfeño
que triunfaría en la ciudad condal después de haberlo hecho en el Granada.
Juan
Díaz Sánchez, Juanito el Vieja, sobresalía
por su rapidez y por su habilidad. Era un estilete. Desde que se incorporó al
primer equipo del Tenerife, su juego incisivo y veloz propició un estilo de
contragolpe como hasta entonces no conocía el equipo insular. Con García
Verdugo como técnico, ascendió a segunda división. Ambidextro, dotado de un excelente
toque de balón, superaba con generosidad la inevitable tendencia individualista
de este perfil de jugadores.
En
las transmisiones, cada vez que recibía el balón, el tono se elevaba
automáticamente. Era como si enardeciera el juego. Le gustaba arriesgar. De
carácter díscolo, ese comportamiento a veces le perdía en la cancha. Le gustaba
encarar al rival, le apasionaba el uno contra uno, acaso porque se sentía capaz
de desbordar siempre. Algunos disgustos tuvo con los árbitros y con Arsenio
Iglesias, en el Hércules, quien no debió tragar con sus extravagancias. Pero
fuera del campo, era un tipo estupendo, fresco, dialogante, buen compañero que se interesó siempre por la marcha de los
equipos tinerfeños.
Con
el Barcelona se proclamó campeón de Liga. Después, se marchó al Hércules,
todavía en primera división. Allí no hizo buenas migas con Iglesias, entrenador
entonces del equipo alicantino. Fue traspasado a la U.D. Salamanca, donde
reverdeció laureles y se ganó al aprecio de los aficionados, además de contar
con la confianza de García Traíd y Felipe Mesones, los dos técnicos con los que
superó los cien partidos en la máxima categoría. Regresó al Tenerife a
principios de los ochenta para retirarse en segunda ‘B’. Y hasta jugó unos
meses en el Mensajero.
Juanito el Vieja no sintió entonces la tentación de entrenar. Mantuvo,
en su oficio de conductor, su carácter espontáneo, solidario y campechano. Le
agradaba rememorar su paso por los primerdivisionarios y su capacidad para
adaptarse a climas tan diferentes como el de Salamanca y Alicante.
Desde
luego, un futbolista singular que será recordado por aquellos regates a Eladio,
por su velocidad distinta, por su temperamento y por su militancia destacada en
tres equipos de primera división.
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