Al cabo de cincuenta
años de ejercicio profesional en el diario El
Tiempo, de Bogotá (Colombia) se retira Daniel Samper, periodista y
novelista, autor también de libros de humor, de recopilaciones y de actualidad
informativa. Uno de los columnistas más leídos de su país, un todo terreno que
nos deja, en el momento de decir adiós (¿no será mejor ‘hasta luego’?), algunos
titulares que son, en sí mismos, una seria reflexión.
“El periodismo no se improvisa. El periodista necesita
vocación”, son dos de ellos. Se trata de dos ideas en las que hemos venido
insistiendo en esta modesta aportación de análisis y autocrítica sobre lo que
nos ha deparado la experiencia profesional. Veamos algunas apreciaciones en
torno a su conexión y a los factores que la sustancian.
El oficio, en efecto, precisa, cada vez más, de
preparación y de formación. El compromiso con los destinatarios de la
información y las exigencias de éstos, en plena era del imparable desarrollo
tecnológico, generan tal grado de previsión que es difícil dejar algo al albur.
Los grandes acontecimientos, las cumbres, las más complejas convocatorias, en
cualquier ámbito, obligan a una preparación adecuada. La cobertura periodística
de todo eso, en efecto, no se improvisa: al contrario, obliga a un trabajo
extraordinario de preparativos. Hay que gestionar y, sobre todo, fortalecer todo
ese ‘background’ de antecedentes documentales y testimoniales de todo tipo que
sitúen a los profesionales y al propio medio en las coordenadas adecuadas.
Ya lo sentenció Matías Prats Cañete, el inolvidable
maestro, cuando advirtió que “la mejor improvisación es la que se prepara”. Quien
se aplicaba en ello, desde luego, cosechaba unos resultados extraordinarios. El
buen periodismo obliga a estudiar y a trabajarse los temas. Cierto que la
inmediatez y hasta las mismas precarias circunstancias laborales condicionan
esa obligación. Pero el profesional celoso, el que quiera progresar y ganar
credibilidad, debe obrar así.
Y eso se obtiene, en la evolución del proceso formativo,
a partir de la vocación, un hecho primordial en cualquier actividad
profesional, pero sin que la periodística estaría huérfana o forzada. O sería
incompleta, sencillamente. La vocación es la que distingue del oportunismo, de
los desvíos, de los vicios y de las conveniencias que terminan desnaturalizando
los fines esenciales del periodismo. Se necesita vocación, claro que sí.
Lo
reafirma el propio Daniel Samper después de confesar que no cree en el mal
llamado ‘periodismo ciudadano’. Lo dice con palabras de fácil comprensión:
“Es
muy difícil tener un periodista que no haya sido un buen lector y que no tenga
pasión y formación por escribir. El ciudadano es una fuente de información para
el periodista”.
Eso
le lleva a ponderar al máximo lo que considera esencial: la ética del periodista, su independencia
crítica y su preparación como comunicador. Por eso rechaza la improvisación y
exalta la vocación. Aquella como una manera de no hacer un periodismo riguroso
y creíble; la segunda como un elemento básico para curtirse y abrazar una labor
fundamental en la sociedad de nuestros días.
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