De la caja de curiosidades y de
contradicciones de la política se pueden sacar muchas cosas, claro que sí. Y
del paisaje surgido tras las elecciones legislativas en España del pasado 20 de
diciembre, se extraen -se siguen extrayendo- situaciones cada vez más insólitas
y cada vez más difíciles de explicar, en ahora mismo en el proceloso maremágnum
de la incertidumbre que genera cualquier fórmula de gobernabilidad.
Cierto que no hay que perder la
compostura y que cada hecho, por muy imaginativo y audaz que resulte, debe ser
analizado y replicado, aunque la espada del tiempo apremie respuestas que son
insuficientes o insatisfactorias, según para quien se hable.
Bueno, pues entre esas
situaciones inauditas hay una llama que la atención: que el derechío mediático
-por emplear un concepto que globalice- dé cancha y pondere a los mismos
políticos socialistas que en su día denostó y criticó de forma inmisericorde,
es cuando menos, paradójico. Los intereses son los que son, de acuerdo. Y se
respetan los planteamientos ideológicos. Nada que objetar. Pero que Felipe
González, Alfonso Guerra, José Luis Corcuera, Rodríguez Ibarra y hasta Eligio
Hernández estén recibiendo parabienes y consideraciones positivas por parte de
prácticamente los mismos que les sacudieron de lo lindo es, cuando menos,
paradójico.
Igual no eran tan malos
entonces, cuando ejercían. Y lo vienen a reconocer ahora, cuando el tiempo nos
alcanza, por emplear un título de Guerra.
País.
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