Rafael Ben-Abraham Barreto (a quien no disgusta, en cualquier
caso, que le llamen Cayetano) invita a reflexionar “sobre el tiempo que
moldea nuestro carácter” mientras
presenta su libro Rehenes del tiempo (La
Ranilla Editorial). “Un tiempo sin el cual no maduran las uvas o es imposible
la existencia como la entendemos o percibimos ahora”, escribe el autor en la
tónica de su sugerencia, desglosada en ciento ochenta y seis ideas e idealizaciones
(añadiríamos evocaciones), expresadas con ameno lenguaje periodístico y con las
que interpreta la realidad más cercana, la que más le ha influido.
El contenido
de la publicación, ilustrada con reproducciones del pintor castellonense Juan
Mezquita y de José Palomares y prologada por Ana Valentín, en efecto, es la
colección de artículos y greguerías aparecidas en la sección dominical ‘La
Ranilla’ del periódico El Día, firmadas
con el seudónimo Herzog, entre finales del año 2004 y mediados de 2011. Ya había
manejado ese mismo título, La Ranilla, para un volumen anterior en el que
exponía las visiones desde el Puerto de la Cruz, identificándolas con el nombre
del que ha sido uno de sus emblemáticos sectores urbanos, injustamente tratado,
por cierto, en algunos relatos periodísticos que fabricaron una leyenda
estereotipada que no se ajusta mucho a la realidad.
Barreto se
encamina a la trilogía, que completará este mismo año, según anunció en el
Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias. Ahora, en Rehenes del tiempo acredita que “nuestra vida apenas es un lapsus o
un soplo exhalado desde que salimos del seno materno”. Textos breves, con
plétora metafórica, vocablos únicos para introducir ordenados alfabéticamente,
adjetivos, figuras y preguntas se van desgranando para descubrir que conservan
su frescura. El escritor desmenuza las estaciones -las del tiempo y las otras-,
sus impresiones personales -licencia para la subjetividad, desde luego- como si
quisiera liberar a quienes estuvieren retenidos y obligados por el tiempo a
cumplir determinados convencionalismos. “Creemos tenerlo en nuestras manos,
pero estamos acotados por él hasta que trascendemos la materia que nos
envuelve, ese caparazón frágil, mutante y efímero”, aclara Cayetano Barreto.
Se nota, ya
lo dice él mismo, que las ideas brotaban y fruto de sus impulsos “descendían al
teclado en cuestión de minutos apremiados por la urgencia informativa o la
voracidad del tiempo”. Es el sino del periodista, su pugna consigo mismo para
plasmar ideas y percepciones, su afán y su celo constantes que no solo sellan
un rostro sino que estimulan un quehacer comprometido con la escritura, primero
en su versión periodística y luego tratada en forma de libro. Cayetano Barreto,
sin esconder la impronta judía, concluye que el tiempo dicta sus lecciones a
diario y aunque presienta que no figura aún entre sus alumnos aventajados, hace
que los sentimientos de los rehenes (que somos todos, de alguna manera) maduren
con fluidez, con una visión -paradójicamente- que se aleja o quiere alejarse
del ombliguismo y el ensimismamiento. Por eso escribe que “el crepúsculo dibuja
soles de algodón”, una de sus más bellas metáforas.
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