Se
agota 2016 sin grandes novedades en el ámbito local, donde se sigue
a la espera de lo que sucederá con la tan denostada Ley de
Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local,
publicada precisamente en diciembre de 2013. La norma, muy contestada
políticamente desde el proceso de elaboración y en el curso de su
tramitación, pretendía clarificar y delimitar competencias;
racionalizar la estructura organizativa de la Administración Local
de acuerdo con los principios de eficiencia, estabilidad y
sostenibilidad financiera; garantizar un control presupuestario y
financiero más riguroso y favorecer la iniciativa económica privada
enterrando fórmulas de intervención administrativas que se
revelaron inapropiadas una vez escaparon del control de los
responsables que se rindieron ante las prácticas políticas
clientelares.
Una
sentencia del Tribunal Constitucional (TC), estimando parcialmente el
recurso de inconstitucionalidad presentado por la Asamblea de
Extremadura, empezó a cuestionar algunos contenidos de la Ley que el
partido gubernamental, a lomos de su mayoría absoluta, prácticamente
impuso. Más de tres mil ayuntamientos de toda España formularon
objeciones jurídicas que están pendientes de resolución, sin dejar
de consignar que esta reforma legislativa también ha sido recurrida
por varios parlamentos y gobiernos autónomos.
Al
cabo de dos elecciones legislativas, transcurridos los primeros meses
de la presente legislatura, el Partido Popular (PP) continúa en el
ejecutivo y el escenario político es diferente pero el problema del
municipalismo sigue latente. Por eso se alzan voces que, conociendo
los riesgos de empantanamiento, reclaman avances consensuados en las
posibles soluciones. Dependerá de la voluntad política y de las
prioridades que establezca el PP en su estrategia política si es que
de verdad quiere una legislatura larga. Las circunstancias, desde
luego, son distintas: ya ha probado el sabor de algunas derrotas
parlamentarias y no querrá que el Gobierno se desgaste más de la
cuenta.
Muchos
actores políticos -puede que también el partido conservador, aunque
no lo explicite- reivindican una reforma en profundidad del régimen
local. Siguen hablando de fortalecer, mediante una norma moderna y
consensuada, la autonomía municipal, principalmente con una clara
esfera competencial; y lo que es más, acaso la madre del cordero, de
dotarse de una norma reguladora de las haciendas locales que marque
las reglas del juego en lo que a estabilidad y recursos se refiere
para favorecer el desarrollo de las competencias asumidas por la
corporaciones locales, ayuntamientos, diputaciones, cabildos y
mancomunidades.
Algunos
de esos actores piden un rediseño y aplicación de la denominada
'regla de gasto', estimando criterios de sostenibilidad de las
cuentas públicas y de agilización en su control. El conjunto de los
ayuntamientos españoles, en plena crisis y pese a las dicultades
inherentes, ha hecho importantes esfuerzos a lo largo de los últimos
años para acreditar una cierta solvencia en la administración de
los recursos. Por eso, en aquellos casos de corporaciones con
superávit, y a partir de la prórroga presupuestaria de los
Presupuestos Generales del Estado, el municipalismo pide una
reinversión para atender fines sociales y planes de empleo, sobre
todo, para evitar la subida impositiva y la pérdida de puestos de
trabajo. Tendrá que moverse, desde luego.
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