Acudimos
atraídos por el pregón de Abubukaka pero pudimos ver algo más. Un
escenario natural, la remodelada plaza Concejil, intersección de las
calles Iriarte y San Juan, con la respetada fachada de la Casa
Ventoso (antiguo colegio de los padres Agustinos) como decorado y una
eritrina casi esquelética. Faltó un rótulo en el que se leyera
Carnaval pero, bueno, había luminosidad de sobra, con el cuarto
creciente añadido, y unas letras gigantescas con el nombre del
municipio envuelto en bombillas. La plataforma, al final, se quedó
pequeña para acoger el anticipo carnavalero al que se sumaron los
primeros participantes.
Vimos
algo más, en efecto, que la comicidad del cada vez más esperado
grupo de humor tinerfeño (“No somos nadie pero ustedes tampoco”),
al que le encomendaron el pregón de la fiesta, una pieza muy grácil
y divertida, apropiada y alejada de los convencionalismos. Tenía que
ser así: atractiva, insinuante, ocurrente, plena de gags,
motivadora
de sonrisas y si fuera menester, de carcajadas. Es -téngase en
cuenta- el Carnaval de los musicales.
Abubukaka
se ha familiarizado con el Puerto y se ha granjeado las simpatías
superando algunas incomprensiones y visiones retorcidas de su arte.
El grupo compuesto por Carlos Pedrós, Diego Lupiáñez, Víctor
Hubara y Amanhuy Calayanes tiró de improvisación localizando
trayectos, rincones, fiestas y hasta usos sociales portuenses antes
de que Lupiáñez -dotado de pergamino (sic) en blanco- recitara lo
más parecido a la alegoría que, aunque no lo parezca, es un término
muy carnavalero. Con brevedad, tratando de secuenciar ambientes y
números de programas que pugnan contra la rutina, deslizando
gracietas y sarcasmos rimados, Abubukaka entretuvo y salió airoso,
con espontaneidad y pensamiento localista, a sabiendas de que es
difícil hacer divertir, máxime cuando improvisar ajustándose a una
escaleta, se complica.
Fue
el suyo, pues, un pregón innovador, quizás buscando otros cánones,
en medio de un contexto rompedor. El acto fue un reflejo de la
creatividad que el Carnaval exige, apto para todos los públicos, ese
aperitivo que luego ha de cuajar en sabrosos platos. Eso es básico
si se quiere una celebración propia y diferenciada que acredite un
nivel respetable que los seguidores valoren y aprecien, pero sobre
todo, para no quedarse en meros espectadores sino para impulsar y
dinamizar el quehacer. Si la fiesta la hace el pueblo, este debe
demostrarlo. Participando, sobre todo. Ese arte efímero -el pregón
de Abubukaka también lo fue- se renueva con afanes y apetitos
innovadores.
Es
legítimo el propósito de recuperar el Carnaval portuense. Si la
senda es la iniciada en la plaza Concejil, parece la acertada. Pero
que sepan todos que es costoso atravesarla. Que requiere más ideas,
mejor estructura, más imaginación y más trabajo.
Un
Carnaval de personalidad propia, que empezó en la calle, donde se
tiene que vivir y palpar la esencia. El portuense de los musicales,
bien conducido por Pedro Rodríguez (SER), arrancó con fragmentos
de Evita y Jesucristo Superstar, con la modalidad del trono -guiño a
la igualdad- por el que competirán al unísono niñas y niños, con
presencia de la siempre guapa, ex miss, Cande Rodríguez Pacheco, que
lanzó su mensaje estimulante, con Pepe 'el de Gundemaro' disfrazado entre el público, que para eso es el mascarón eterno, con diseños muy originales y con
canción propia u oficial ('Con tacón p'al Puerto voy'), muy rítmica, para toda la fiesta, creada por Jhonny Maquinaria que actuó
con garra... para unirse al contexto rompedor.
Buen
principio. Vimos algo más que el pregón. A ver si el desarrollo,
hasta la apoteosis de Martiánez, es mejor.
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