La ministra de Empleo y
Seguridad Social, Fátima Báñez, no ha necesitado
encomendarse a la Virgen del Rocío para apresurarse a cantar los buenos y
positivos registros del desempleo el pasado mes de febrero. Se destaca el hecho porque, en entregas anteriores,
no hubo la misma celeridad. Ni el mismo tono triunfalista, desde luego.
Sencillamente, no hubo tono.
Pero ahora ha habido hasta opción por la señora ministra de
afirmar que se está creando empleo neto. Y que las medidas adoptadas por el
Gobierno han permitido frenar la sangría del desempleo y facilitar la
incipiente creación de puestos de trabajo. Acabáramos. Que para eso se pone
como ejemplo la positiva evolución del paro registrado: de crecer a un ritmo
anual del 12,5% ha pasado a reducirse a un ritmo superior al 4,5%. Y por si
había dudas, en términos desestacionalizados (terminología oficial), tras siete
meses consecutivos de reducción, el paro descendió en febrero más cincuenta y
cinco mil personas, la mayor bajada de la serie histórica de cualquier mes
desde 1996. Aunque el hecho más relevante, a nuestro juicio, sea el nuevo
crecimiento de la afiliación a la Seguridad Social, más de treinta y ocho mil
seiscientas personas, hasta totalizar los dieciséis millones doscientas doce
mil trescientas cuatro personas ocupadas.
Hay que alegrarse de estos hechos positivos, incremento de
empleo y afiliación al sistema, pero parece procedente, a la espera de
confirmar tendencias y una clara recuperación de la productividad económica, no
incurrir en una euforia desmedida pues quedan aún millones en situación
desesperada y no terminan de despejarse los nubarrones del horizonte que
indican la persistencia de problemas estructurales.
No es bueno ese triunfalismo gubernamental sobre todo por el
riesgo de caer en alguna contradicción flagrante, como por ejemplo, si hace dos
años la cifra de cuatro millones cuatrocientos mil desempleados era tremenda y
preocupante no, lo siguiente, que ahora con cuatrocientos mil parados más, el
dato sea estupendo y esperanzador.
Menos bueno resulta que se constate la pérdida de población
activa en más de cuatrocientas mil personas, que haya menores prestaciones y
que la cobertura de desempleo sea cada vez más notoria. Y tienen razón quienes
hablan de un empleo cada vez más precario y mal pagado, como se conoció hace
poco con la existencia de contratos de doce horas a quinientos euros. Con razón
reciben medianamente alborozados estos datos los empresarios. La otra mitad,
por cierto, la ponen Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario
Internacional (FMI), cuando ha reclamado al Gobierno de Rajoy que profundice en
la reforma laboral para reducir los costes del trabajo -menos mal que precisó
que no necesariamente rebajando los salarios sino los parámetros fiscales- y el
comisario europeo de Mercado Interior, Michel Barnier, quien ha señalado que
España aún debe eliminar obstáculos en su mercado de servicios.
En definitiva, alegría, sí; pero sin campanas al vuelo.
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