Siempre nos identificamos y
nos sentimos a gusto con el papel de cronistas. Desde aquellos comienzos,
tomando las alineaciones de equipos infantiles y juveniles; o dando fe de
acontecimientos de todo tipo. Y aún hoy, relatando actos o convocatorias a los
que se acude puede que no con esa intención precisamente.
Con la crónica aprendimos a ejercer el oficio. Fue el género
con el que modelamos la vocación y la formación autodidacta. La crónica forjó
al obrero de la comunicación. Contar o resumir un acaecimiento, recoger los
principales detalles, interpretar la evolución, dimensionar factores
concurrentes…, hacerlo, además, con la ecuanimidad autoexigida, fue siempre un
ejercicio determinante. Incluso, desde la óptica de la lectura crítica, hecha
por algún afectado o algún protagonista. Ayudaba implícitamente a corregir,
cuando menos a tener presente las consideraciones para nuevas redacciones.
Leemos que el género se ha puesto de moda nuevamente, aunque
nunca mermó su importancia. Quizá el predominio de la imagen, la irrupción de
otras categorías y hasta la inmediatez en la transmisión de la información
jugaron en contra de la crónica hecha con sosiego, con visión globalizadora y
con especificación de rasgos y detalles sobresalientes. Bien articulada, bien
armada, original, fluida y bien secuenciada, trasladaba una composición de
lugar, apta para entender el desarrollo de lo ocurrido.
Y ha recobrado pujanza por autores como el colombiano
Alberto Salcedo Ramos, ganador del premio ‘Ortega y Gasset’, a quien Juancho
Armas Marcelo descubre en Cartagena de Indias, capital del departamento de
Bolívar: “Sucede que la perfección fantástica de su escritura es puro
periodismo, o periodismo puro, fotográfico, pegado al campo, a ras del mismo
suelo, de modo que no es raro que cause furor en sus lectores y, sobre todo,
lectoras”.
Natural esta apreciación del escritor grancanario si tenemos
en cuenta lo dicho por el propio Salcedo Ramos, cuando es entrevistado para clasesdeperiodismo.com: “Cuando decimos
crónica, hablamos de un género informativo e interpretativo. Vale por la
calidad de su investigación y por la calidad de su texto”. Y donde desvela cómo
se forma el cronista:
“Ensuciándose los zapatos de polvo en su trabajo como
reportero […], ejercitando la curiosidad y renovándola cada día […], sacando
lecciones de la experiencia que va acumulando a través de los años”.
Claro que Alberto Salcedo Ramos precisa que en este proceso
sostenible de formación del cronista actual es muy importante “contar con
buenos editores, editores que lo reten, que le digan ‘no’ de vez en cuando, que
no se fijen en su nombre sino en sus textos, editores que le ayuden a dar lo
mejor de sí mismo”.
Es otra lección de periodismo esa última recomendación, hecha,
además con esa naturalidad de quien se desenvuelve en el oficio siendo
consecuente con lo que se predica. Armas Marcelo no regateó elogios en su
análisis/descubrimiento: “Leer a Salcedo Ramos me hace festejar y aplaudir no
solo su escritura periodística, exquisita y bien tramada, sino la elección de
los asuntos literarios a tratar y a escribir; y finalmente, el mecanismo exacto
para que la crónica sea, en definitiva, una obra mayor”.
Ahora que el periodismo parece no librarse de las tinieblas,
igual la crónica contribuye a despejarlas.
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