Los estados mayores de las organizaciones políticas deben
estar haciendo auténticos esfuerzos para motivar y movilizar a sus respectivos
electorados. Estamos ya en marzo, cada vez más cerca del 25 de mayo, fecha en
la que va a haber elecciones al Parlamento Europeo (PE); ya hay candidatos y
candidatas para carteles -a la espera de las candidaturas completas y
definitivas- y ya empiezan a circular los primeros reclamos y las primeras
encuestas. Parece todo lejano y hasta poco estimulante pero hay que ser
conscientes de la cada vez mayor influencia de las determinaciones que adopta
la Unión Europea (UE) en el marco de nuestra convivencia.
Entre esos
esfuerzos está el combate contra la desgana, teórico sinónimo del
abstencionismo que casi todo el mundo pronostica. La crisis también se llevó
por delante la política y el ejercicio público de ésta se ha visto condicionado
por factores de interés económico que la han hecho plegarse a dictados de los
poderes económico-financieros hasta abrir enormes brechas de desigualdad
social. En varios países, entre ellos España, la sucesión de casos de
corrupción ha terminado por extender una mancha casi indeleble que ha
contribuido a acentuar la desafección hacia la política. El creciente auge de
los populismos extremistas, por otro lado, y las claras tendencias de
fanatización o radicalismo, hacen que ese alejamiento sea cada vez más
palpable.
Pero todo
eso no se resuelve con pasotismo o desentendimiento, por mucho afán de castigo
que se tenga. Y la experiencia indica que las elecciones europeas han servido
para experimentar: recuérdese el caso de Ruiz Mateos. Por lo tanto, Europa se
juega lo suyo en esa cita con las urnas del próximo 25-M. Y no solo porque hay
que ser consecuentes con los principios inspiradores de la UE sino porque es
indispensable cultivarlos e impulsarlos con políticas que estén a la altura de
las exigencias de una sociedad que no se conforma con mecanismos burocratizados
de lento funcionamiento. La Unión Europea se robustecerá en cuanto sea capaz de
madurar su unidad y su diversidad; en cuanto haga de la cohesión y el
desarrollo un sólido programa de trabajo común favorecedor, sobre todo, de las
clases medias y de los sectores más débiles; en cuanto los derechos y las
conquistas de éstos queden consolidados y en cuanto los fundamentos básicos de
libertad política y justicia social permitan recuperar la confianza de los
ciudadanos.
Igual
resulta demasiado simplista pero en los comicios europeos de mayo la
socialdemocracia se juega lo suyo como alternativa al modelo conservador que ha
llevado al límite, durante una década, sus políticas restrictivas, generando
una clara parálisis económica y un progresivo empobrecimiento. El crecimiento,
la sostenibilidad, la creación de empleo, el mantenimiento de los derechos, el
tratamiento de problemas tan serios como la inmigración y, en definitiva, la
recuperación del Estado del bienestar deben ser los objetivos si las opciones
progresistas recuperan la mayoría en la cámara europea. Con una meta clara:
encontrar por fin una salida a la crisis, justa y duradera.
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