Piden nuestro parecer para
una memoria de fin de curso alumnos universitarios sobre telebasura y contenidos televisivos de esos que inspiran más
repulsión que otra cosa, y albergamos la esperanza de que su elaboración valga
-siquiera en las coordenadas de modestia con que está concebida y hacia donde
está destinada- para analizar y desgranar los males de un ejercicio profesional
que no suele estar a la altura de las exigencias de la sociedad de nuestros días.
En definitiva, para elevar el nivel de autocrítica que permita superar factores
como el victimismo y otros clichés que condicionan la realización y las
prestaciones de quienes afrontan la tarea de informar, comunicar u opinar.
Un sitio web de empleo, CareerCast,
especializado en publicar cada año las mejores y peores ocupaciones, es
implacable con respecto del periodismo durante 2013. Ocupa, sobre doscientos,
el lugar 199, por delante solo del oficio de leñador. Cierto que el estudio
consigna algunos factores comunes entre periodistas y leñadores, como las
variantes de medición del grado de estrés y el desempleo. Pero señala que,
lastimosamente, el periodismo es una profesión que ha perdido su brillo de
forma notable durante los últimos cinco años. No es de extrañar, por tanto, que
en esa clasificación, estemos muy alejados de los mejor valorados que son
matemático, profesor universitario y estadístico o informático.
Tampoco salimos bien parados de las últimas encuestas hechas
en nuestro país por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). En la
pregunta sobre aprecio ciudadano, los periodistas somos penúltimos, solo por
delante de los jueces. Hace unos cuatro años, mirando la comparativa, estábamos
en los primeros lugares de valoración popular, luego en algo estamos fallando e
incumpliendo, hablando de forma generalizada que siempre acarrea alguna
injusticia por la que, naturalmente, pedimos disculpas.
Los resultados hacen que insistamos en que la mejora
dependerá de nosotros mismos. Estamos obligados a operar, previas todas las
reflexiones que se quiera, previos todos los diagnósticos que seamos capaces de
poner en común. En aulas, en seminarios, en cursos, en el seno de las propias
organizaciones profesionales y corporativas, y por supuesto, en las redacciones,
hay que avanzar con decisión para sintonizar mejor con la ciudadanía, enriqueciendo
la formación y escuchando la voz de la sociedad. Para actuar siempre con rigor,
que empieza por respetar las reglas elementales. Solo esas pautas harán posible
que predominen la ecuanimidad y el pluralismo como sostenes del equilibrio
informativo. Solo así, independientemente de otros factores condicionantes que
llegan a desnaturalizar, seremos más coherentes y más creíbles, nos acercaremos
a la excelencia, aunque con las referencias estadísticas que hemos manejado,
mejor sería decir para ir abandonando la cola de las mismas.
No somos apreciados, esta es la conclusión. A ello han
contribuido también -principalmente en determinados géneros- algunos fenómenos
mediáticos que para mantenerse tienen que ‘vender’ sin escrúpulos y algunos
comportamientos individuales que han extendido una sombra de rechazo y de
descrédito hacia el profesional del periodismo.
Por eso es necesario insistir en la necesidad de autocrítica,
en defender sin reservas ciertos valores, en mantener principios de decencia,
decoro y coherencia y en cumplir o revisar códigos deontológicos. Hay que
dignificar el periodismo y la profesión. Pensar en la comunidad a la que nos
debemos y en los intereses generales que abogamos. No hacerlo significará
seguir incrementando el desprestigio social y hundidos en esos fondos
clasificatorios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario