Se ha lucido -y no es la
primera vez- el presidente de la Confederación de Organizaciones Empresariales
de España (CEOE), Juan Rosell, al afirmar, hace pocos días, que “el trabajo
fijo y seguro es un concepto del siglo XXI”.
Lo dice el jefe de los empresarios. ¿Cómo querrán éstos ganarse la confianza de los trabajadores
con declaraciones así? ¿Cómo no van a tomárselas como una provocación? ¿Es ese
el mensaje más optimista y más procedente para sacar a los trabajadores -y a
los desempleados- del pozo del precariado? ¿Cómo pretenden después que los
radicales políticos no repliquen con aseveraciones tajantes? ¿Y que las redes
sociales no anden con una efervescencia que se nota a la legua? ¿O será que, a
empresarios de otras épocas, mensajes en consonancia? Inevitables preguntas.
Seguro
que Rosell sabe que el siglo XIX fue el de la explotación laboral infantil.
Curioso: un fenómeno que no ha desaparecido en algunos países y que debería
avergonzar a responsables públicos y dirigentes empresariales que lo ven pasar
ante sus ojos sin que se note mucho su iniciativa para mitigarlo. Entonces, los
salarios no debían ser muy altos que digamos. Las jornadas laborales, además,
eran muy largas, algunas de dieciséis horas. Y los derechos, ni mucho menos
garantizados. Ahora, en los tiempos presentes, las aspiraciones son otras,
entre ellas, que haya menos pobreza y desigualdad. Es posible que en el siglo
XXI, el presidente de la patronal española aún no se haya enterado de que es
necesario un modelo de sociedad donde se consigne el trabajo (a ser posible,
fijo y estable) como un derecho. Por el que seguirán luchando, seguro, muchas
personas.
Si
en el futuro, en palabras de Rosell, “el trabajo hay que ganárselo todos los
días” (y no le falta razón), no es menos cierto que resulta indispensable
mejorar las condiciones en que se va a realizar, unas mínimas de incentivación
para acreditar la valía, para trazar unos horizontes, para promocionar, para
enriquecer la propia formación…
Con
declaraciones tan desalentadoras, el empresariado solo consigue alimentar los
recelos de los trabajadores. Puede que también su temor a perder el empleo.
Pero así no avanza la productividad y se toca en las puertas de la explotación.
Solo logra que los registros del paro, aunque las cifras mejoren de vez en
cuando, cada vez sean menos creíbles. Y además, pensar que una de las
aspiraciones más apreciadas es de hace dos siglos, como que no…
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