Transparencia
Internacional (TI) ha
hecho público el informe sobre la percepción de la corrupción, de
cuyos contenidos se desprende que España no sale bien parada. El
catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la
Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid, el profesor Manuel Villoria,
ha sido tajante al opinar sobre los resultados: “Los expertos y los
ciudadanos consideran que hay más corrupción a partir de la crisis
económica. Los datos son tremendos y casi inesperados. Nunca
habíamos tenido una posición tan mala. Hemos llegado al suelo. Más
bajo no podemos caer. Es el momento de reaccionar”.
El
índice de percepción de la corrupción es significativo, calculado
en base a siete encuestas realizadas en nuestro país durante el
pasado año. Ya en noviembre de 2016 sonó un timbre de alarma, al
conocerse que el 80% de los encuestados respondía que el Gobierno no
estaba dando lo que podía esperarse en la lucha contra la
corrupción. Según los datos manejados, España era el país de la
Unión Europea (UE) que registraba los más altos porcentajes de
reprobación ciudadana hacia sus gobernantes. Por ello, obtiene la
peor clasificación de su historia al aparecer con una nota de 58
(idéntica a la de 2015) para situarse en el lugar 41 de ciento
setenta y seis países. Comparativamente, se ha alcanzado un récord
histórico negativo.
Es
cierta la dimensión universal de la corrupción en el sector
público, como lo prueba el que, según el informe de TI, el 69% de
los ciento setenta y seis países consignados en el índice de
percepción alcanza una puntuación inferior a 50. Pero eso no debe
complacer ni al ejecutivo ni a los ciudadanos, cuando comprueban que
no hay forma de atajar o limitar esa lacra que tanta repulsión
despierta y desacredita a quienes se dedican a la función pública.
Por
supuesto, no son fáciles las soluciones. Ni siquiera las leyes y
medidas aprobadas en un intento de frenar la corrupción, añadidas a
las prevenciones y exigencias que, se supone, habrán adoptado los
partidos políticos y las estructuras administrativas, lo han
logrado. Se dirá que es una cuestión de comportamiento acostumbrado
o impune, que no prima la ética o que faltan escrúpulos, pero lo
cierto es que, pese a la sencilla frase, tolerancia cero frente a la
corrupción, no se avanza en los niveles deseables. Los autores del
estudio, por cierto, señalan taxativamente que las soluciones no
están en propuestas políticas populistas o autoritarias,
frecuentemente demandadas por sectores sociales. O sea, cuestión de
cultura y de civismo. Hay que reaccionar, sí.
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