Parecía
que nunca escribiríamos esto, al menos ciñéndonos a los Estados
Unidos de América (USA), pero los hechos más recientes, desde que
Donald Trump y sus portavoces han accedido a la Casa Blanca, dan a
entender claramente que la libertad de prensa, cuando menos, corre
peligro. Algunas expresiones, tanto del presidente como del
secretario de prensa, Sean Spicer, y del principal asesor de
Comunicación, Stephen Bannon, sin olvidarnos de otra asesora
ejecutiva, Kellyanne Conway, no dejan lugar a dudas: están en guerra
con los medios, quieren la confrontación, están dispuestos (o eso
se colige) a todo, riesgos incluidos.
Parecen
no perdonar los antecedentes, que es tanto como decir, ha sonado la
hora del desquite, lo que, en un contexto de populismo, nacionalismo
y demagogia, alentado por muchos factores, tiñe de incertidumbre los
derroteros de la política yanqui y, por consiguiente, su influencia
en todo el mundo. Estemos atentos en Europa y a las democracias
occidentales donde, por mucha fortaleza institucional que atesoren,
las amenazas a corto plazo, evidencia de radicalismos extremistas y
xenófobos, son cada vez más inquietantes.
El
caso es que el beligerante Trump y su estado mayor no regatean
improperios y dicterios hacia el ámbito mediático. Entre las
descalificaciones y los reproches, figuran la deshonestidad. Es
difícil digerir que todo esto provenga de un sistema democrático y
de libertades como es el norteamericano. Las protestas no se han
hecho esperar: las de los medios, las de las mujeres injustamente
aludidas, las de los extranjeros conminados a marcharse o a no poder
traspasar las fronteras y hasta de los primeros jueces que han dicho,
cuidado, estas no son formas de conducirse y han empezado a frenar el
desaguisado.
A
Trump le sitúan, además, en la cultura mediática de la postverdad,
de suyo natural antagonista del periodismo auténtico. Ese estado
mayor comunicacional estalló, con expresiones tales como “datos
alternativos” o poniendo en tela de juicio los cálculos de
asistentes a su toma de posesión, “cuando fue la concurrencia más
grande de la historia y punto”. (El autoritarismo: eso sí que es
otro punto aparte). Seguramente porque son conscientes de que
dependen directamente de los sectores y de la ciudadanía que confía
ciegamente en ellos, necesitan fijar un enemigo, declarar
hostilidades, sembrar todo tipo de obstáculos, hostigar sin
miramientios y fomentar los recursos afines que puedan manejar a su
antojo y así calar informaciones y mensajes entre adeptos,
incondicionales y votantes, sabiendo que siempre habrá opción de
captar unos cuantos.
Todo
dependerá de la resistencia. Sostienen algunos estudiosos que, al
ser (por ahora) bastante débil en la opinión pública el apoyo al
presidente, la posición de los medios se ve aún fortalecida. Pero
todo hace vislumbrar que la guerra se va a prolongar, que Trump no
retrocederá y que usará su poder ejecutivo para sofocar el
periodismo crítico. El sesgo autoritario de Trump también juega.
Eso hace fruncir el ceño: si la libertad de prensa está amenazada,
la democracia también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario