Uruguay está de luto y dice adiós a un presidente que será eterno, José Alberto Mujica, la encarnación de la modestia y la humildad, el político que simbolizó lo contrario de lo que se estila, el hombre hecho a sí mismo en la guerrilla, militante tupamaro, uno de los que aceptó formar parte del Frente Amplio (FA) y emprender, con la legitimidad democrática de las urnas, un liderazgo social y político indiscutible.
Diputado en 1994 y a partir de 1999 electo varias veces senador encabezando la lista más votada de todo el FA, José Mujica fue construyendo en todos esos años el respetable personaje de ‘jefe’ popular apodado Pepe. Acumuló respaldos electorales allí donde la izquierda nunca había llegado masivamente: en las clases medias y populares del Interior y en los barrios populares de Montevideo. Lo hizo ganando en protagonismo y prédica y asumiendo las tareas propias de cualquier dirigente clásico del Uruguay histórico y democrático. Pero lo hizo también descalificando, a veces desde el agresivo insulto personal y la procacidad, a los dirigentes de los partidos de siempre, Nacional y Colorado, que fueron sus adversarios.
Dicen que el tiempo de su presidencia fue el de mayor bonanza internacional del que se tenga memoria. Hubo crecimiento del salario real y bajo desempleo: las clases medias, finalmente, accedieron a niveles de consumo antes impensados. En paralelo, el personaje, el Pepe presidente logró por esos años un éxito internacionalmente impar: su edulcorada leyenda cautivó; su calculada austeridad se elogió; sus sentencias, más o menos simplistas, fueron ponderadas y respetadas. Su fama se hizo mundial. Empero, el reverso de la medalla fue la decepción: su gobierno, con graves episodios de corrupción, de manera que para amplios sectores sociales desperdició la oportunidad de mejorar radicalmente la educación pública de las clases medias y populares que son las que más necesitan forjarse un futuro de ascenso social y bienestar.
“Su grandeza humana trascendió Uruguay”, ha dicho Lula da Silva, presidente de Brasil. Claro que sí. Y es que su vida fue un ejemplo de que la lucha política y la tolerancia pueden ir de la mano. Y de que el coraje y la fuerza pueden ir acompañados de humildad y desapego. Mujica lució los valores que la sociedad de nuestros días echa de menos y espera siempre de los gobernantes. Luchó por la justicia social y contra las desigualdades.
Y recordó cómo vivió el ‘Maracanazo’, cuando era un crío, la impensable victoria del seleccionado de fútbol de su país sobre la todopoderosa brasil: “Yo metía el dedo en una radio vieja, de aquellas de válvula, porque de otra manera no se escuchaba. Fue glorioso, pero era otro tiempo".
Memorable, sí.
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