Hace
un par de semanas, un árbitro suspendió un encuentro de la competición oficial
de Segunda categoría regional, al estar una zona del campo El Peñón poco
iluminada. El problema ya lo conocen quienes nos siguen habitualmente pues,
antes de esa suspensión, lo planteamos aquí como consecuencia de una prolongada
deficiencia surgida tras un temporal de viento que derribó una torreta, hace ya
unos dos años. La directiva del equipo local se olía los riesgos, había sido
previsora y asumió de su propio peculio el gasto de unos focos que instaló con
el propósito de paliar las deficiencias. No tuvieron suerte: el árbitro se
mostró inflexible. Había una nutrida asistencia de aficionados. Desconsuelo
entre todos, perjuicio claro para el club y seguidores visitantes.
Si estuviéramos en un municipio donde
las soluciones a problemas como éste no se demorarían más allá de lo razonable,
a esta hora estaríamos hablando de una complicación menos. Pero no parece que
se esté en disposición de que así ocurra, o al menos no ha trascendido que el
gobierno local haya emprendido medidas para poner punto final a un déficit
vergonzante que puede seguir amargando la existencia de los equipos usuarios de
la instalación. La
Federación , se supone, se cuidará de no programar partidos
nocturnos. Y si lo hace, el Colegio Territorial de Árbitros cursará las debidas
indicaciones a sus componentes. O sea, que de persistir las circunstancias, las
probabilidades de nuevas cancelaciones son elevadas. El precedente ya está
sentado.
Tanto pasotismo, tanto abandono, tanta
insensibilidad -apreciados también con el estado de vestuarios y el
mantenimiento de la cancha: algunos equipos juveniles de la Liga Nacional se han quejado
amargamente- contrasta con los afanes que en el pasado acreditaron los
portuenses para disponer de un campo de fútbol digno. En algún momento, fue una
auténtica lucha de todo un pueblo para sobreponerse a los imponderables y a las
dificultades que, en muy distinta naturaleza, provenían de latitudes
federativas y otros centros de poder.
La historia del campo, en efecto, además
de registrar tantos memorables, resultados históricos, títulos para los
respectivos palmareses, celebraciones inigualables, lesiones dolorosas y
episodios de todo tipo, es rica en
voluntad emprendedora, en sacrificios individuales y colectivos, en
aportaciones que forjaron un carácter más allá del gol y su grito. Sonrisas y
lágrimas, éxitos y frustraciones, a todas las edades, a la sombra del risco. Si
se tuvieran presentes los valores de esa historia, seguro que no se andarían
con tanta desidia.
De modo que motiva rescatar testimonios
y vivencias y ejercitar la memoria personal para comprender mejor la dimensión,
lo que ha supuesto el campo El Peñón en la historia del deporte local. Hasta
los años 20 del pasado siglo hay que remontarse para acercarnos a los orígenes:
así lo dejó escrito Santiago Rodríguez. Las remodelaciones posteriores. “La
noche más corta”, título de un trabajo de Pedro Afonso Pérez, para rememorar
cómo centenares de personas trabajaron sin cesar durante una noche del otoño de
1945 con el fin de que el campo estuviera en condiciones de ser homologado.
Cómo se pasó de los muros pedreros a los graderíos modernos para que el día del
célebre partido aquél pareciera un estadio de superior fuste. Los destrozos
causados por un temporal marítimo. La construcción de las casetas para los
equipos de base. El derrumbamiento de un graderío completo, con solo daños
materiales. Hasta llegar a la dotación del césped, natural y artificial.
Son algunas noticias para la historia
de El Peñón, en el fondo, algunos hitos, algo más que la forja goleadora.
Pensar que ahora se suspenden encuentros porque la luz artificial está
incompleta casi mueve a la indignación. Y a la depresión.
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